De músicas etíopes

De músicas etíopes

(Addis Nocturne / Catherine Maximoff / 70’/ 2015 / Francia)

La directora Catherine Maximoff ha hecho varias incursiones cinematográficas previas en el mundo de la coreografía y la danza contemporáneas. Ahora, de la mano de Francis Falceto, el productor de la maravillosa colección discográfica Éthiopiques (que descubrió en los países europeos a músicos como Mulatu Astatqué, Mahmoud Ahmed o Alémayehu Esheté), realiza un paseo etno-musical por la urbe de Addis Abeba, una ciudad multicultural en la que conviven distintas confesiones religiosas (islam, cristianismo, judaísmo) y que tuvo en los años setenta un pasado que musicalmente sufrió — y que sus músicos supieron asumir y digerir magistralmente— el influjo de la música occidental. Fruto de ese paseo por la ciudad más alta de África nació la cinta Addis Nocturne (70’ | 2015).

El inicio del documental ya capta rápidamente la atención del espectador: en un pequeño bar actúa la cantante Eténesh Wassié acompañada por la danza frenética de dos jóvenes que, a la manera etíope, sacuden sus hombros y hacen danzar al unísono sus pechos turgentes. En Eténesh Wassié podemos ver la representación actualizada al siglo XXI de los azmaris —una suerte de casta de trovadores callejeros que daban voz a unas letras libertinas y de contenido crítico— y en medio de esa su muestra de reiteración sonora y letras pícaras intuimos las sonrisas cómplices de los habituales del garito.

La película basa su estructura en la yuxtaposición de secuencias que se van alternando: por una parte, imágenes de la vida cotidiana de la ciudad en las últimas horas del día, y por otro esas grabaciones (que el espectador sentirá como un verdadero tesoro para los sentidos) de los distintos músicos protagonistas del documental. La cámara de Maximoff deambula por la ciudad y es una cámara objetiva que da fe del bullir de la actividad urbana nocturna: desde las mercaderías a los practicantes de footing y habituales partidillos de fútbol cuando atardece; desde los burros de carga a los taxis y autobuses multicolores que conviven con algún músico callejero casi anónimo.

La voz de Eténesh Wassié será la puerta de entrada y de salida (la cinta tiene su colofón final con una actuación suya en un festival de Marsella, junto a un combo francés de free-jazz ). Sin embargo, entre esos dos umbrales escuchamos también a músicos de una fuerza y una energía de imantación poco habituales. Así, en uno de tantos momentos mágicos de la cinta, se nos adentra en un bazar o quincalla. En él contemplamos a su dueño en su labor diaria de mercader; instantes después, sin embargo, lo veremos ataviado con un hermoso manto o levita negra. Canta y se acompaña él mismo con una de las distintas y curiosas modalidades de arpa de la música etíope (la suya es la bèguèna, lira sagrada a la que también llaman Arpa del rey David, y a la que la aludida serie Éthiopiques dedica su undécimo disco). Y tras la quincallería se nos descubre un verdadero tesoro musical. Se trata de la voz y del genio de Alèmu Aga. Una voz y un instrumento que trasladan a otra dimensión sonora. Una mano, cinco cuerdas. En esas cinco cuerdas se halla la afinación de un país, la delicada expresión serena de un hombre que oculta en su interior toda una tradición ancestral y que podría estar naufragando en los tiempos actuales. Gracias a la intervención de cineastas como Catherine Maximoff podremos degustar estas maravillas sonoras de Etíopía, este delicado documento visual y sonoro que nos acercará a otros sonidos y maneras musicales, contribuyendo así a explorar la alteridad musical del mundo.

Régulo Hernández

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