La alegría de Ali

La alegría de Ali

[:es]La alegría de Ali

(Bailo con Dios / Hoogshang Mirzaee / 40’/ 2013 / Irán)

La de Ali Badri, en Bailo con Dios, es la historia de un espíritu iluminado que vive en una aldea montañosa iraní alejada de la civilización. La total sencillez de su vida ―o tal vez a causa de esa sencillez misma― no le impide, en cambio, derrochar una energía física y emocional que asombra a todos sus vecinos.

Ali practica diariamente gimnasia, sale de paseo a menudo, cuida sus huertos cotidianamente y, al mismo tiempo, regenta una pequeña caseta en la que hace las labores de sastre del pueblo.

Es cierto que no parecen actividades que se salgan de lo común en el entorno rural en que se desarrolla este documental si no fuera porque un día, cuando le explotó en la cara la escopeta con la que había salido a cazar, Ali quedó ciego. Todo lo que emprende, por tanto, le supone un gran esfuerzo. Sin embargo Ali no se queja jamás. Al contrario: la suya llega a ser incluso una actitud de jubiloso desafío frente a la rudeza de la vida rural.

Si oye música, Ali no duda en levantarse y bailar como si fuera un jovenzuelo. En un gesto de resonancias casi bíblicas, se detiene frente a las montañas, contra las que alza su cayado, les grita y se ríe a carcajadas porque estas le devuelven retadoras el eco de su voz. Siempre que puede, toma asiento en compañía de su esposa Khavar en la terracita de su casa, en la que, de noche, ambos parecen flotar en el cielo mágico de Las mil y una noches. Ali canta a menudo para animar a sus amigos y vecinos, especialmente a su esposa, pero entona sus melodías sobre todo porque el canto es una forma de encuentro amoroso con la divinidad. Ali es bromista y cariñoso con su esposa, le encantan el campo, las flores y la fruta, y parece vivir convencido de que su gusto por la existencia habrá de ser recompensado de algún modo por su dios bondadoso, algo que su compañera no termina de comprender, por lo visto. En cualquier caso, el resultado es que la vida de este hombre, a pesar de que su ceguera no es el único accidente que ha condicionado su vida, está tomada literalmente por el espíritu de la alegría y la esperanza.

Estos son, resumidos en exceso, los componentes de la historia que el realizador Hooshang Mirzaee (Irán, 1971) nos relata en poco más de cuarenta minutos llenos de poesía, de ritmo, de color, de pasión y, sobre todo, de ternura. No parece nada fácil conseguir en un documental, y sobre todo en tan poco metraje, que el tejido de las imágenes transmita al espectador el temblor de unas emociones tan sutiles. Para conseguirlo, Mirzaee hace magia con las escenas cotidianas, en las que su protagonista ciego confecciona a tientas unos pantalones de estilo kurdo, hace flexiones en su cama o canta a solas mientras cruza un campo de amapolas. Mirzaee, que estudió pintura con el maestro Yaghob Amamehpich y es considerado uno de los documentalistas más importantes de su país, ha conseguido en I Dance with God un film redondo, sincero y rebosante de devoción por la vida, pero, sobre todo, técnicamente hablando un film mágico.

Francisco Léon[:en]La alegría de Ali

(Bailo con Dios / Hoogshang Mirzaee / 40’/ 2013 / Irán)

La de Ali Badri, en Bailo con Dios, es la historia de un espíritu iluminado que vive en una aldea montañosa iraní alejada de la civilización. La total sencillez de su vida ―o tal vez a causa de esa sencillez misma― no le impide, en cambio, derrochar una energía física y emocional que asombra a todos sus vecinos.

Ali practica diariamente gimnasia, sale de paseo a menudo, cuida sus huertos cotidianamente y, al mismo tiempo, regenta una pequeña caseta en la que hace las labores de sastre del pueblo.

Es cierto que no parecen actividades que se salgan de lo común en el entorno rural en que se desarrolla este documental si no fuera porque un día, cuando le explotó en la cara la escopeta con la que había salido a cazar, Ali quedó ciego. Todo lo que emprende, por tanto, le supone un gran esfuerzo. Sin embargo Ali no se queja jamás. Al contrario: la suya llega a ser incluso una actitud de jubiloso desafío frente a la rudeza de la vida rural.

Si oye música, Ali no duda en levantarse y bailar como si fuera un jovenzuelo. En un gesto de resonancias casi bíblicas, se detiene frente a las montañas, contra las que alza su cayado, les grita y se ríe a carcajadas porque estas le devuelven retadoras el eco de su voz. Siempre que puede, toma asiento en compañía de su esposa Khavar en la terracita de su casa, en la que, de noche, ambos parecen flotar en el cielo mágico de Las mil y una noches. Ali canta a menudo para animar a sus amigos y vecinos, especialmente a su esposa, pero entona sus melodías sobre todo porque el canto es una forma de encuentro amoroso con la divinidad. Ali es bromista y cariñoso con su esposa, le encantan el campo, las flores y la fruta, y parece vivir convencido de que su gusto por la existencia habrá de ser recompensado de algún modo por su dios bondadoso, algo que su compañera no termina de comprender, por lo visto. En cualquier caso, el resultado es que la vida de este hombre, a pesar de que su ceguera no es el único accidente que ha condicionado su vida, está tomada literalmente por el espíritu de la alegría y la esperanza.

Estos son, resumidos en exceso, los componentes de la historia que el realizador Hooshang Mirzaee (Irán, 1971) nos relata en poco más de cuarenta minutos llenos de poesía, de ritmo, de color, de pasión y, sobre todo, de ternura. No parece nada fácil conseguir en un documental, y sobre todo en tan poco metraje, que el tejido de las imágenes transmita al espectador el temblor de unas emociones tan sutiles. Para conseguirlo, Mirzaee hace magia con las escenas cotidianas, en las que su protagonista ciego confecciona a tientas unos pantalones de estilo kurdo, hace flexiones en su cama o canta a solas mientras cruza un campo de amapolas. Mirzaee, que estudió pintura con el maestro Yaghob Amamehpich y es considerado uno de los documentalistas más importantes de su país, ha conseguido en I Dance with God un film redondo, sincero y rebosante de devoción por la vida, pero, sobre todo, técnicamente hablando un film mágico.

Francisco Léon[:]

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