29 Ene Andrés Duque: “Hago retratos de gente que está más allá del arcoíris”
El director de ‘Oleg y las raras artes’, seleccionada para el Concurso Nacional de XI edición de MiradasDoc, explica que sus documentales recogen “las rarezas de los comportamientos humanos, lo inesperado o lo mágico de la realidad”
El retrato de lo singular es lo que atrapa a Andrés Duque, el director, de Oleg y las raras artes (70’/España), que este sábado charló con el público que acudió a la proyección de este documental seleccionado para el concurso nacional de la XI edición del Festival y Mercado Internacional de Cine Documental de Guía de Isora MiradasDoc. Duque, que impartió hace dos años una master class y formó parte del jurado de MiradasDoc, asegura que admira “este festival, me encanta el proyecto, en el que se nota que hay una persona sensible detrás (Alejandro Krawietz) y en el que se entiende el documental con un concepto amplio.
¿Cómo descubre al compositor ruso que protagoniza su documental?
“Fue una suerte de coincidencias. Yo tenía música suya, sin saber que era de él. Oleg se ganó la vida haciendo música para el cine. Creó más de 250 bandas sonoras de películas. De hecho, él no es tan conocido en Rusia; sin embargo, si escuchan su música sí la identifican con una película concreta de los años 60, por ejemplo. Él hacía una música distinta, música más minimalista y experimental que la de esa época. Yo tenía su música en una película que me gusta mucho, Los largos adioses, de la cineasta ucrania Kira Murátova, que me encanta, y una amiga rusa me dijo que era de Oleg Kravaichuk y me explicó que era un personaje que me encantaría, porque ella conoce mi trabajo y sabe que hago retratos de gente que está más allá del arcoíris, y yo mordí en anzuelo”.
¿Fue muy difícil conectar con Oleg?
“Fue más complicado de lo que yo pensaba. Partí de la idea de que no iba a ser fácil porque era la primera vez que iba a Rusia, donde hay una cultura muy diferente a la nuestra y, además, él, ya de por sí, es la contradicción en persona, el conflicto en persona. Fue un ermitaño, alguien que odiaba a la gente, muy desconfiado…, refunfuñón, pero, cuando lo conoces, descubres que hay un muro, un escudo que tienes que derribar, y detrás de eso hay una flor. Cuando encontré esa flor, me di cuenta de que esto era bello y debía ser filmado. Cuando eso ocurre, no hay obstáculo que te impida conseguirlo. Hubo muchas peleas, hubo momentos difíciles, pero valió la pena. Me di cuenta de que para tratar con él había que ser honesto y hacerlo como un juego. Después de mucho insistir y mucho intentarlo, se dio esa sintonía y acceso a su personalidad hermética. Comprendí que para él era muy importante y no bastaba con poner la cámara sencillamente. Tenía que ocurrir algo que fuera inspirador”.
¿Qué importancia tiene el piano de su película?
“Es el piano que le regalaron al zar Nicolás II una semana antes de que lo fusilaran y que está en una sala del Museo del Hermitage de San Petersburgo. Cuando Oleg vio ese piano, se enamora y le dice al director del Museo que no puede ser un objeto dedicado solo a ser visto, que alguien lo tiene que tocar y mantenerlo con vida. Así que le otorgan un permiso para que vaya todos los lunes, cuando el Museo está cerrado, para tocar el piano del zar. Él se tomó como labor histórica conservar el piano vivo. Lamentablemente, murió el 13 de junio y ya no habrá nadie que lo toque. Afortunadamente, existen esas imágenes que me concedió, porque él no permitía que nadie entrara mientras tocaba. Ese era su espacio, su santuario. Cuando lo hace, yo ya sé que tengo la película y él también me deja entrar en su casa y en su pueblo, algo que no hacía con nadie. Es una pena que haya muerto. Al final lo pasamos tan bien. Cuando se estrenó la película en Moscú él vino y tocó el piano, tocó la marcha fúnebre de Chopin. Casi como de su muerte, un preaviso”.
¿De cuánto tiempo estamos hablando y de cuántos viajes a Rusia? ¿Cómo financió el documental?
“Estamos hablando de dos años y medio. El primer viaje lo hice con el apoyo del Museo de Arte Contemporáneo de Moscú, que me dio una residencia y estuvo un mes buscándolo. Volví en un viaje pagándomelo yo y me permitió descubrir que era posible. Entonces entré en contacto con mis productoras y empezamos a buscar financiación, aunque con un presupuesto bajo. Solo fuimos yo y un sonidista. Conseguimos apoyo del Ministerio de Cultura y luego hicimos un pitching en Francia y entró la productora Arte, que puso el dinero para finalizar el documental”
¿Por qué eligió hacer documentales?
“Bueno, los procesos creativos son muy raros. Una vez hice un guión y cuando lo acabé me dije: ya lo tengo hecho, para qué lo voy a rodar. A mí me gusta mucho el documental o la observación de la realidad, porque siempre estoy admirando lo raro. Cuando observo en la calle siempre me detengo en las rarezas de los comportamientos humanos, lo inesperado o lo mágico, que también lo hay. El documental me permite registrar eso y por eso busqué una persona como Oleg, una persona que tiene una magia que hace que cosas inesperadas ocurran.
¿Y ahora?
“Ahora voy a volver a Rusia, tengo un proyecto muy verde sobre una cultura del norte de Rusia, entre Rusia y Finlandia. Estoy buscando personajes y viajo en julio. He encontrado unos archivos fílmicos sobre esa cultura. Para mí Rusia fue una vuelta de tuerca al enfrentarme con una cultura que no conocía de nada y que me cerró las puertas desde el principio. Nadie quería trabajar conmigo ni entendía que yo quisiera hacer una película con este señor que era tan odiado y antipático. Ahora me lo han agradecido y el documental se ha visto mucho. En festivales, en cines, en todos los museos de Rusia… Es raro, pero en Moscú me siento en casa y creo que hay tanto que descubrir que estoy un poco con el veneno”.
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