El hechizante poder de la música

El hechizante poder de la música

PIANO / PIANO
Vita Maria Drygas / 45’ / 2015 / Polonia

 

La acción de Piano, película que firma la realizadora y fotógrafa polaca Vita Maria Drygas, transcurre en pleno Euromaidán, que es como se denominó a las manifestaciones y disturbios que tuvieron lugar en la plaza de la Independencia de Kiev, capital de Ucrania, durante el invierno de 2013-2014 y que terminaron saldándose con la caída del entonces presidente del país, el prorruso Víktor Yanukóvich. La cámara de Drygas relata el frenético día a día de esos cuatro meses de intensa movilización social teniendo como simbólico hilo conductor de la historia un piano, en principio destinado a formar parte de la barricada y que fue rescatado por un estudiante de conservatorio para acabar transformándose en “el alma de la revolución”, según palabras de Alexandra Bratyshchenko, productora de la película. Hace tiempo que Jean-Luc Godard acuñó una frase que pronto se convertiría en legendaria: “Todo lo que se necesita en una película es un arma y una mujer”. Para mí se trata de una afirmación inconclusa. A esos dos elementos añadiría la presencia de otros dos para completar el poderoso puzzle fílmico iniciado por Godard: el tren y el piano. Porque, del mismo modo que el cine negro es el género cinematógrafo por excelencia, el tren y el piano son, respectivamente, el transporte y el instrumento musical cinematográficos por excelencia. (Baste con constatar queCasablanca, considerada hasta hace no mucho por expertos y eruditos como la mejor película de la historia del cine, es la suma afortunada –y no casual– de los cuatro componentes citados: mujer, arma, tren y piano.) Ahora bien, no cabe duda de lo difícil que se antoja el encaje de todos ellos en el marco de una narración que justifique su presencia. Analizándolos de forma aislada, parece obvio que la mujer y las armas han recibido un tratamiento bastante desigual en la historia del cine, experimentando gloriosas subidas y bajadas; pero por lo que respecta a los trenes y pianos, su presencia –quizá por resultar más glamurosa o exótica– rara vez se ha vulgarizado; al contrario, lo habitual es que se la enfatice con exquisitez dentro del desarrollo de la película. Y eso mismo es lo que sucede en Piano, donde el instrumento musical del título sirve para dignificar a los revolucionarios del dramático escenario en que se sitúan y en el que deben afrontar unas durísimas condiciones de vida, entre ellas la represión militar y de la policía antidisturbios o el despiadado frío del invierno ucraniano. En el bello documental de Drygas –cargado de influencias cinematográficas que van de Eisenstein a Angelopoulos– los ciudadanos se reúnen alrededor del piano como quien halla refugio en una agradable hoguera azul, y en torno a él se olvidan de la adversidad dibujada por el presente para embelesarse sobriamente con esas raras ocasiones en las que la humanidad ha dejado de ser Homo homini lupus y se ha transformado en Bach, Beethoven, Mozart o Schubert.

Benito Romero

 

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