El público en miradasdoc. Entrevista con César González

El público en miradasdoc. Entrevista con César González

Alejandro Krawietz: César, tú llevas viniendo a MiradasDoc desde las primeras ediciones. Siempre vuelves. Y además, vuelves con amigos. Así que me gustaría empezar por preguntarte ¿qué te ofrece Miradas? ¿Qué es lo que te da?

César González: Me parece que lo que más me gusta de un festival como Miradas es cómo se relacionan las películas que ves con tu vida y con tus estados de ánimo. Vas a la sala y hay películas que te conmueven más que otras porque tu sientes que están contigo, que lo que estás viendo firma también parte de tu vida. Por ejemplo, me acuerdo mucho de la época de mi vida en la que estuve cuidando a mi madre, y cuando mi madre murió. Así que todas las películas relacionadas con cuidados, con enfermedad, me marcaron mucho. Es verdad, yo estaba en la sala, allí, tragando nudos, soltando lágrimas. Es cierto. Pero no era una cosa que me pareciera negativa. Al contrario, yo tenía la sensación de que a través de esas películas estaba aprendiendo mis propias experiencias, estaba conociéndome yo y aquella experiencia, con todo su significado. Me sentí reflejado ahí, era yo el que estaba también en la pantalla. Claro, a mí nunca se me había ocurrido ver o buscar películas de estas características, ni siquiera sabía que existieran películas que trataran estos temas así, pero al tratar una experiencia que yo vivía en ese momento, de repente me daba la oportunidad de conocerme en esa experiencia. Y por eso creo que me llegaban tanto estos documentales en esa época.

A.K.: Y sobre la película que has elegido, ¿qué me puedes decir?

C.G.: Elegí Ilan Wolf, un camino in verso. Quizá es un poco sorprendente. Pero es que la película me llegó, anímicamente, de una manera total. La película cuenta la historia de un fotógrafo que viaja descubriendo el mundo en su furgoneta, y la furgoneta la tiene adaptada de tal manera que es su casa, su laboratorio y ¡su cámara! Porque la ha montado como una cámara negra. Esa idea de libertad, de ir descubriendo el mundo (porque lo que hace, al irlo fotografiando, es descubrir realmente el mundo, no sólo verlo, sino descubrirlo) con unos medios mínimos, pero suficientes. Lo digo así: yo gocé. Salí de la película lleno. A lo mejor es una película que tengo muy fresca, porque es del año pasado, pero me pareció hecha para mí. Y eso no pasa muchas veces. Claro haciendo un repaso de las películas de todas las ediciones, me metí en internet y viendo todas, la verdad es que me resultaba difícil elegir una de la que pudiera decir: “esta es la mejor película que he visto en MiradasDoc”, es casi imposible. Porque hay cosas que me han enseñado cosas muy diversas. Tengo especial sensibilidad hacia las películas que hablan de infancia. Y he visto tantas y tan buenas sobre los niños y la vida de los niños en todo el mundo, que realmente no sabría decir una. Se grabó en mi memoria aquella tan dura, una película polaca que se llamaba Olvidaré este día, que era simplemente una cámara fija en una sala de hospital en la que esperaban las mujeres para pasar a quirófano para abortar. El diálogo sobre el aborto siempre está sobre el sí o el no. Pero nunca había visto una película que otorgara la dimensión al hecho en sí, reflejado en el rostro de esas mujeres. ¿A quién se le ocurrió algo así? ¿Cómo algo a la vez tan sencillo y tan complejo? Los documentalistas son grandes cineastas.

Y lo bueno del Miradas es que tu sales del cine, con toda la carga emotiva y de pensamiento que las películas han dejado en ti, y en la esquina, abajo, en la pizzería, en la cafetería o en la plaza, te encuentras con gente a la que conoces o a la que no conoces, pero que han vivido la misma experiencia que tú. Eso es increíble, porque es gente con la que estás hermanada por la película que has visto. Yo tengo la suerte de que desde hace unos años de compartir piso en Guía con seis o siete personas. Y cada día, después de festival, seguimos hablando de las películas. El festival te enseña tanto por las películas como por la gente que va y con la que compartes conversaciones. El ambiente es increíble, y cada película me ha servido para seguir creciendo como persona. No hay una que no. Pero bueno, al final me decidí por esta película, no porque crea que es la mejor, sino porque esta hecha para mí.

A.K.: Es que, de por sí, la pregunta es una estupidez tremenda. Quiero decir que esta idea de lo mejor, de poner siempre las cosas a competir, al final nunca hay modo de sostenerla. Es muy nuestra, muy de este lado del mundo. Los occidentales, en cuanto nos dejan un poco sueltos, enseguida armamos una competición y un récord. Y estamos toda la vida en esa batalla. A mí también me parece ridículo decir que una sea la mejor película. En lo que yo sí creo es en que, más allá del me gusta y el no me gusta (que es otra categoría, como la de “mejor”, que me parece que está llena de malos olores y de planteamientos nocivos), sí existen las “cosas buenas”. Sí creo en lo bueno y en lo malo. Nosotros, en Miradas, tratamos de armar una programación abierta, variada, pero formada siempre por películas buenas. No queremos que haya ninguna caída. Pero lo mejor, así, ni existe ni lo buscamos.

C.G.: Otra cosa que me gustó mucho de esta película es que Ilan, el fotógrafo, mantiene una actitud siempre abierta. Él va por el mundo, y va haciendo sus fotos, pero el proceso es mucho más rico que eso. Y va todo junto, todo pasa a las fotografías. Todo el proceso. Quiero decir que el va por los pueblos, en sus viajes, y va enseñando, va compartiendo su sabiduría, su forma de ver el mundo y la vida. Hace talleres debajo de la luna, comparte con al gente que se le acerca, habla con ellos, aprende de ellos, lo que vuelve el proceso recíproco. Así que él no es de esos fotógrafos que dicen, “voy a buscar y luego me lo traigo todo”, sino que al contrario, voy a buscar, sí, pero voy a llevar también. Y eso me gustó. Mucho. Ese es el camino inverso, un camino de ida y vuelta. Después del Miradas he seguido investigando en la vida y la obra de este fotógrafo. Es un tío que me sorprende: un tipo de Israel, que sale a hacer su camino, y que poco a poco ha ido adquiriendo un prestigio mundial y comienzan a requerirlo aquí y allá para que realice un proyecto. Eso es hacer camino.

A.K.: De todas formas, creo que estás atribuyendo unos méritos a Miradas que quizá no le correspondan completamente. Hay una buena parte de lo que me cuentas que realmente es patrimonio del género, del cine documental, que es increíble. Realmente me parece un género que no termina nunca de explotar, por la cantidad enorme de rasgos y de ofrecimientos que cede a los que lo ven. Por el modo en que se relaciona con las cosas que suceden, por el modo en que construye su propio régimen de realidad. Y además, en sentidos opuestos. Hay veces que encontramos documentales que operan en un ámbito social completo: que hablan a un colectivo grande, incluso a toda la sociedad, y proponen cambios y nuevos modos de ver las cosas en una régimen así de amplio. Son documentales que hablan de las “verdades sabidas”, de cosas que se olvidan de tanto que se saben, y es ahí, en ese territorio, en el que realmente suceden las cosas que son susceptibles de transformarlo todo. Porque son las cosas que nos constituyen sin que lo sepamos. Y de repente llega un documental y se va hasta ahí, se mete de lleno en lo olvidado de puro sabido, y dice: “esto, que siempre hemos visto así, ¿no podría verse también de esta otra manera?” Es decir, el documentalista llega, como el creador, porque ese es el estigma de los creadores, y dice, esto que es así, esto que sabes, en realidad no te lo sabes, crees que lo sabes, pero también pudiera ser que fuera así. Y a la vez, está también, junto a esa perspectiva de amplio espectro, muy social, la película que habla directamente la individuo: otra perspectiva de lo humano, que no sólo es sociedad sino también unidad. Y repente aparecen historias que adquieren un rango individual: y eso completa el panorama de Miradas. Porque el individuo quizá cree que existe socialmente, pero al final es sólo uno el que siente cuando lo tocan, es sólo uno el que padece o el que goza. Es uno el que vive su alegría. En una suerte de soledad compartida. Porque es también un ser social. Y esto genera una gran cantidad de contradicciones en las que, sin embargo el documental se mueve como pez en el agua. Porque es capaz de ir a lo más abierto a lo más cerrado.

C.G.: Es que es un género que tiene el sentido común de las cosas sencillas. Este tío, con una lata, sin la tecnología, alcanza a plasmar su propia realidad. Sin la intermediación de la tecnología. Y eso le permite conversar con el pescador, con el pastor, con la gente mayor. Y la gente, a la vez, le transmite su propio saber, su alegría, su preocupación. Cuando entras a una sala para ver una proyección de MiradasDoc, has entrado porque has visto el catálogo, porque tienes una sinopsis, pero de repente te sientas y parece que automáticamente eras parte ya de esa película. Por supuesto que hay también películas para las que no encuentras acceso, que te dicen que no, y ya está. Sabes que no las volverás a ver, o sabes que no estaban para ti. Y te sales y ya está. Es bueno también. Pero en esta ocasión, cuando me senté y me acerqué a aquella frescura de la película, a aquella maravilla, pues te engancha. Porque es verdad que entras a veces en la sala preparado para ver cosas a lo mejor duras, porque a veces el cine que se proyecta en el Miradas o estás bien preparado o te puede impresionar. Es una aventura real. Una experiencia real. Me acuerdo de Katka, una película de un seguimiento a una drogadicta en Chequia, durante más de diez años, hasta que muere, que era muy fuerte casi salvaje.

A.K.: Sí, es verdad. Hay cosas también del cine documental que yo mismo no acabo de tener completamente calaras, y que cada año me retan. Una es esa: ¿cómo se puede rodar durante diez años con una persona, y procurar, durante diez años, para que la película pueda seguir, evitar cualquier tipo de intervención o de relación directa con esa persona? La historia de Katka es así: diez o doce años, no sé bien, muchos, y un camino de violencia, de desengaños, de depresiones, de intentos de escapar, de liberaciones, hasta un momento en que tiene un hijo, que luego pierde… ¿Cómo es el armazón ético del documentalista? ¿En que fuente va a beber ese hombre o esa mujer que trabaja en ese régimen y procura no intervenir? Todos los años hay siete u ocho películas que me plantean esas dudas. Hay una especie de pacto con el mal: yo me condeno a cambio de que mi película pueda hacerse. Algo así. Que no sé cómo encajar y que por lo tanto se convierte también en una de las cosas sobre las que más reflexiono a lo largo del año, sobre las que más escribo. Todo a cambio de una película. ¿Podría yo no intervenir en una situación así, como la de Katka? No lo sé. ¿Y cuando trabajan con niños? Es difícil.

C.G.: Claro, por eso, cuando me haces la propuesta de elegir una película, la cosa se me desbarata un poco. Porque hay muchas veces en las que te pones una coraza, para que no todo llegue muy dentro. Pero en esta, en El camino inverso, me sentí completamente libre. Salí con una sonrisa. Salí espléndido. Qué bueno que haya en Miradas películas como ésta. Mis amigos no vieron la película y cuando me vieron me preguntaron qué me pasaba, porque me encontraba tan bien que se notaba desde fuera. “Acabo de ver un pedazo de peliculón, que me siento feliz, feliz. Es la palabra.” Porque claro, también tuve la tentación, siendo Miradas, de mirar hacia otra de sus caras, que es el documental de denuncia. Que a mí me gusta mucho y que es quizá lo que primero me atrajo a Miradas. Entonces recordaba por ejemplo Agua bendita, sobre las privatizaciones del agua en Chile. Es una película de la que salí envenenado, activista y activado. Dispuesto a arrasar, a coger las armas. Es otra mirada que tiene miradas. Por eso nos gusta tanto.

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