28 Ene El viaje sublime de Mauro Herce
Director: Mauro Herce Mira
Duración: 70’ Año: 2015 País: España
La casuística de los viajes es prácticamente infinita, desde el viaje realizado por una necesidad cognitiva, pasando por el alegre grand tour decimonónico, hasta los viajes con fines comerciales. Tampoco resulta fácil para un occidental culto sustraerse al mito del viaje odiseico: es nuestro viaje por antonomasia, una melange entre el viaje iniciático, el circuito aventurero y la expedición turística, aunque su rasgo distintivo reside en la relación poderosa con el mar y sus misterios. El mar durante el viaje es la representación del otro mundo: utopía y entropía según el caso. Quien se adentra en sus horizontes en realidad se adentra en el sueño, a veces en la pesadilla de la que salir se vuelve una aventura en sí misma. El viaje marino posee dos vertientes básicas, dos perspectivas de visión: el viaje vivido desde la borda, desde la cubierta o desde el puente de mando y el viaje experimentado ―sufrido, más bien― desde la sentina, desde las bodegas tenebrosas, desde la panza mecánica. El viaje de Jim Hawkins y de Darwin o el viaje de Jonás y de los encadenados. El viaje de la aventura exterior y el de la aventura espiritual.
No se puede negar que los setenta minutos de duración de Dead slow ahead pertenecen al género del viaje interior, al viaje de Jonás, el viaje ontológico. Es decir: una experiencia de movimiento en la que se reflexiona, hasta la agonía misma, sobre la naturaleza del ser de la criatura humana.
Pese a algunos momentos excepcionales en los que el ojo de la cámara se asoma por encima de los trancaniles para entregarnos un paisaje nebuloso, más post-apocalíptico que cotidiano, el film de Mauro Herce centra obsesivamente su atención en los procesos interiores del viaje, allí donde las entrañas del Leviatán cobran un protagonismo casi espiritual.
En lugar del abanico paisajístico ―los colores de las costas, las ciudades marinas y ruidosas, la algarabía de los puertos turísticos―, la experiencia visual de Dead slow ahead es silenciosa y abismática y relata una suerte de angustioso viaje sin sentido hacia los abismos del cosmos.
Poco a poco, ola tras ola, se pierde todo contacto con el mundo exterior, las conversaciones por radio con los familiares cesan definitivamente, las distancias se agrandan como si se viajara a través del plasma cósmico, la impresión de extravío y deriva es total. Todo el protagonismo lo cobran ahora las máquinas poderosas del Leviatán: pitidos y luces de aparatos electrónicos, motores que bombean con ritmo fijo una energía ciega, los ejes giratorios, los émbolos y las turbinas. El gigante autómata se retroalimenta con el único fin de navegar, de avanzar, de proseguir hacia el no lugar.
Como en los mitos de las religiones primitivas, según los cuales los muertos han de cruzar la laguna Estigia en una embarcación que parece timonearse por sí misma, el mundo de los vivos queda definitivamente atrás antes incluso de llegar a puerto. La estadía en el mar nebuloso y oscuro es, en sí, la muerte. Una de las escenas humanas más alucinantes de Dead slow ahead nos presenta a los marineros bebiendo y escuchando música en un habitáculo opresivo: sus miradas y sus gestos han perdido ya todo componente humano. Se han convertido ya en viajeros-obreros de un buque fantasma que navega a su suerte. Sin que los tripulantes sean concientes de ello, éstos terminan convirtiéndose en espíritus, en espectros, en recuerdos de un mundo que ya no existe.
Esta alegoría está en la base de multitud de películas de ciencia ficción: el espacio negro y vacío en que navega la nave carece de importancia. Solo la atmósfera interior de la cápsula vital, cada vez más asfixiante y opresiva, en la que conviven los últimos seres humanos, se convierte en la única realidad tangible y, por consiguiente, en el personaje central de esta película ―literalmente― sublime. (Sublime en el sentido que dieron a esta palabra los pensadores románticos: terror y belleza íntimamente fundidos.)
El buque carguero representa en cierta manera el microcosmos humano flotando a la deriva en el macrocosmos intangible: un viaje incierto cuyo destino final no parece ofrecer más meta que una lamentable disgregación.
El tremendo trabajo de sonido de este film solo puede compararse con la perfección fotográfica de cada pasaje, con la tensión narrativa, dictada al ritmo de un motor parsimonioso e inexorable. Paradójicamente, el resultado de todo este virtuosismo técnico es una película de gran potencia plástica y constante temblor espiritual.
Francisco León.
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