En busca del tiempo detenido

En busca del tiempo detenido

[:es]BEHIND THE YELLOW DOOR / DETRÁS DE LA PUERTA AMARILLA

Lucas Vernier / 82’ / 2015 / Francia

Detrás de la puerta amarilla, ópera prima del joven director francés Lucas Vernier, tuvo su estreno internacional en el Festival de MiradasDoc de este año. Se trata de un título deliciosamente irregular donde la ficción y el documental se dan la mano para rescatar la figura olvidada del fotógrafo alemán Lutz Dille (1922-2008), a quien Vernier conoció fugazmente durante su adolescencia. La película comienza con esetono intelectual tan característico de los franceses y parte de un hecho que marcó a Vernier de por vida: una nota que le envió el propio Dille en la que lo invitaba a visitarlo “…detrás de la puerta amarilla” (así era el color de la entrada de su casa). Vernier nunca se atrevió a efectuar dicha visita, y de alguna manera intenta sacudirse de encima el sentimiento de culpa mediante esta reconstrucción experimental que elabora sobre el fotógrafo alemán, quien ahora cobra vida gracias a la voz en off del actor Lou Castel(Vernier ha confesado que seleccionó a Castel porque, al igual que Dille, domina el alemán, el francés y el inglés, además de poseer ambos una picaresca similar).

Tomando como base las fotografías realizadas por Dille, la voz de Castelmantiene un suculento monólogo con el espectador que prácticamente es un recorrido por la espesa vida del fotógrafo fallecido. Un estilo que ya ensayó José Luis Garci en uno de sus primeros trabajos, el corto Mi Marilyn, una acumulación de imágenes de Marilyn Monroe acompañadas de la voz en off de José Sacristán narrando la influencia que el inmortal mito erótico ejerció entre los hijos de la posguerra española.De manera que la fotografía, o lo que es lo mismo, el tiempo detenido, es la hábil excusa de la que se sirve Vernier para adentrarse en el apasionante mundo de Lutz Dille. Y digo hábil excusa porque el mundo de Dille son las fotografías y es difícil que fuese capaz de entender un mundo sin ellas.

Los comienzos de Dille con la fotografía datan de cuando militaba –por obligación– en las juventudes hitlerianas (donde también estuvieron destacadas figuras alemanas posteriores, como el papa Benedicto XVI, el escritor GünterGrass o el filósofo JürgenHabermas). De ahí pasó a elaborar fotos en el durísimo frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, un entorno donde sólo se pasaba frío y hambre y no existía tiempo para el aburrimiento, ya que el miedo estaba siempre antes. Terminaba la guerra, el abanico de imágenes que atrapa el ojo de Dille es impresionante: fotos del París bohemio de posguerra en el que Jean-Paul Sartre se convirtió definitivamente en leyenda; fotos de la Francia callejera y cotidiana (“porque no hay mejor universidad que la calle”), con especial predilección por las prostitutas y los mendigos; fotos del México marginal y periférico que espléndidamente retrató Luis Buñuel en su película Los olvidados; fotos de Toronto, ciudad a la que Dille llegó a comienzos de los años cincuenta y en la que descubrió los rascacielos y fotos del Quebec más bohemio, intelectual e inédito.

1957 marca un punto de inflexión en la vida y obra de Lutz Dille. Ese año el inquieto fotógrafo se traslada a Nueva York (como comenta con gracia la voz en off de Lou Castel, estuvo esperando a que le concedieran la ciudadanía canadiense para poder irse de Canadá). En Nueva York (la ciudad que nunca duerme y que, por tanto, nunca se acaba) Dille dio con el ambiente y la luz adecuados. Con su enorme heterogeneidad de rostros anónimos, Nueva York representa la totalidad, una ciudad nacida para ser filmada o fotografiada. Allí la obsesión de Dille será la de inmortalizar a aquellas personas en las que la sociedad no se fija, para que de este modo la balanza humana quede debidamente nivelada.

A finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, Dille se dedica a fotografiar la Norteamérica profunda, en un ejercicio similar al que desarrolló el escritor John Steinbeck en su libro Viajes con Charley en busca de Estados Unidos con el objeto de buscar la verdad de su país y trasmitírsela a los lectores. En el documental de Vernier también hay hueco para las fotos que Dille realizó a su segunda esposa y el gran amor de su vida (combinadas con imágenes grabadas en Super-8).En 1980 Lutz Dille regresó a Francia, donde pasó los últimos años de su vida: las fotos de esteperíodo se caracterizan por trasmitir la alegría y la vitalidad de las gentes que habitaban en el pueblo donde Dille residía.

Para construir Detrás de la puerta amarilla Lucas Vernier seleccionó más de 2.500 fotografías hechas por Dille. Y, a pesar de apoyarse sobre un guion ficticio, las propias hijas de Dille han reconocido que el personaje creado por Vernier se corresponde con el auténtico Dille. Tras este experimento, ya sólo queda desear que Detrás de la puerta amarilla sirva para revitalizar para el gran público la olvidada figura del que probablemente sea uno de los grandes fotógrafos que ha dado el siglo XX.

 

Benito Romero[:en]BEHIND THE YELLOW DOOR / DETRÁS DE LA PUERTA AMARILLA

Lucas Vernier / 82’ / 2015 / Francia

Detrás de la puerta amarilla, ópera prima del joven director francés Lucas Vernier, tuvo su estreno internacional en el Festival de MiradasDoc de este año. Se trata de un título deliciosamente irregular donde la ficción y el documental se dan la mano para rescatar la figura olvidada del fotógrafo alemán Lutz Dille (1922-2008), a quien Vernier conoció fugazmente durante su adolescencia. La película comienza con esetono intelectual tan característico de los franceses y parte de un hecho que marcó a Vernier de por vida: una nota que le envió el propio Dille en la que lo invitaba a visitarlo “…detrás de la puerta amarilla” (así era el color de la entrada de su casa). Vernier nunca se atrevió a efectuar dicha visita, y de alguna manera intenta sacudirse de encima el sentimiento de culpa mediante esta reconstrucción experimental que elabora sobre el fotógrafo alemán, quien ahora cobra vida gracias a la voz en off del actor Lou Castel(Vernier ha confesado que seleccionó a Castel porque, al igual que Dille, domina el alemán, el francés y el inglés, además de poseer ambos una picaresca similar).

Tomando como base las fotografías realizadas por Dille, la voz de Castelmantiene un suculento monólogo con el espectador que prácticamente es un recorrido por la espesa vida del fotógrafo fallecido. Un estilo que ya ensayó José Luis Garci en uno de sus primeros trabajos, el corto Mi Marilyn, una acumulación de imágenes de Marilyn Monroe acompañadas de la voz en off de José Sacristán narrando la influencia que el inmortal mito erótico ejerció entre los hijos de la posguerra española.De manera que la fotografía, o lo que es lo mismo, el tiempo detenido, es la hábil excusa de la que se sirve Vernier para adentrarse en el apasionante mundo de Lutz Dille. Y digo hábil excusa porque el mundo de Dille son las fotografías y es difícil que fuese capaz de entender un mundo sin ellas.

Los comienzos de Dille con la fotografía datan de cuando militaba –por obligación– en las juventudes hitlerianas (donde también estuvieron destacadas figuras alemanas posteriores, como el papa Benedicto XVI, el escritor GünterGrass o el filósofo JürgenHabermas). De ahí pasó a elaborar fotos en el durísimo frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, un entorno donde sólo se pasaba frío y hambre y no existía tiempo para el aburrimiento, ya que el miedo estaba siempre antes. Terminaba la guerra, el abanico de imágenes que atrapa el ojo de Dille es impresionante: fotos del París bohemio de posguerra en el que Jean-Paul Sartre se convirtió definitivamente en leyenda; fotos de la Francia callejera y cotidiana (“porque no hay mejor universidad que la calle”), con especial predilección por las prostitutas y los mendigos; fotos del México marginal y periférico que espléndidamente retrató Luis Buñuel en su película Los olvidados; fotos de Toronto, ciudad a la que Dille llegó a comienzos de los años cincuenta y en la que descubrió los rascacielos y fotos del Quebec más bohemio, intelectual e inédito.

1957 marca un punto de inflexión en la vida y obra de Lutz Dille. Ese año el inquieto fotógrafo se traslada a Nueva York (como comenta con gracia la voz en off de Lou Castel, estuvo esperando a que le concedieran la ciudadanía canadiense para poder irse de Canadá). En Nueva York (la ciudad que nunca duerme y que, por tanto, nunca se acaba) Dille dio con el ambiente y la luz adecuados. Con su enorme heterogeneidad de rostros anónimos, Nueva York representa la totalidad, una ciudad nacida para ser filmada o fotografiada. Allí la obsesión de Dille será la de inmortalizar a aquellas personas en las que la sociedad no se fija, para que de este modo la balanza humana quede debidamente nivelada.

A finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, Dille se dedica a fotografiar la Norteamérica profunda, en un ejercicio similar al que desarrolló el escritor John Steinbeck en su libro Viajes con Charley en busca de Estados Unidos con el objeto de buscar la verdad de su país y trasmitírsela a los lectores. En el documental de Vernier también hay hueco para las fotos que Dille realizó a su segunda esposa y el gran amor de su vida (combinadas con imágenes grabadas en Super-8).En 1980 Lutz Dille regresó a Francia, donde pasó los últimos años de su vida: las fotos de esteperíodo se caracterizan por trasmitir la alegría y la vitalidad de las gentes que habitaban en el pueblo donde Dille residía.

Para construir Detrás de la puerta amarilla Lucas Vernier seleccionó más de 2.500 fotografías hechas por Dille. Y, a pesar de apoyarse sobre un guion ficticio, las propias hijas de Dille han reconocido que el personaje creado por Vernier se corresponde con el auténtico Dille. Tras este experimento, ya sólo queda desear que Detrás de la puerta amarilla sirva para revitalizar para el gran público la olvidada figura del que probablemente sea uno de los grandes fotógrafos que ha dado el siglo XX.

Benito Romero[:]

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