01 Feb Iranian girl en Cuba contempla un árbol Bodhi
Roya Eshraghi / 14’ / 2015 / Cuba y Costa Rica
Narrado en iraní sobre un fondo de ciudad en constante derribo, la joven documentalista Roya Eshraghi (Irán 1985) nos entrega en El árbol, un film de apenas catorce minutos de duración, un verdadero poema visual cargado de melancolía e intimismo.
En la pasada edición de MiradasDoc, Eshraghi aterrizó en Tenerife con un corto que suscitó enseguida el aplauso del público. Se convirtió en algo normal que las personas del público asistente al MiradasDoc abordaran a Roya para felicitarla por su trabajo de entonces, Lorenza, la radio y tú, pieza en la que la joven realizadora afincada en Cuba retrata a una viejecita cuya vida se reduce a su chamizo de tablas y un pequeño transistor que la mantiene vinculada a un mundo de voces y noticias que, tal vez, no sea fiel reflejo del mundo real.
Es este tipo de historias íntimas a las que nos tiene acostumbrados Roya Eshraghi: historias humildes, aparentemente sencillas y, sobre todo, rodadas hacia dentro, hacia la vida privada.
En El árbol, el componente intimista alcanza su cota máxima: la propia directora se convierte en la coprotagonista de su película. Entra y sale del encuadre, aparece rasgando las cuerdas de un instrumento oriental, graba con su cámara y escribe un guión que, en realidad, es una carta lírica dirigida al padre. El propio padre, que comparece en la narración a través del hilo telefónico, como una voz etérea, termina convirtiéndose en el otro yo de Roya. El tercer personaje es un ficus macrocarpa que, contra todo pronóstico, ha logrado arraigar en lo alto de un edificio habanero desmantelado a punto de desmoronarse.
La metáfora es perfecta y tiene tantas vías interpretativas como raíces. (No creo que haya un símbolo con más significados y subsignificados que el árbol: puede ser trasunto del alma, de la casa, del padre y del conocimiento. Y de otras tantas cosas más.) Pero lo que le interesa aquí a Roya no es simbolismo puro del árbol. La película se centra en la metáfora del desarraigo. El árbol que no posee tierra sobre la que hundir sus raíces, la emigrante que pierde su vínculo con su patria. Como ella, que vive lejos de su país y de su familia, echando raíces en el trópico distante, el árbol ha de luchar cada día para mantenerse con vida, con historia personal, en pie. La voz del padre acude en este punto para susurrarle algo así como: «Debes comprender qué mensaje te está ofreciendo ese árbol.»
Pero la toma final del gran árbol suspendido en el aire, sobre el edificio destartalado por el que Eshraghi pasea a menudo en busca de tranquilidad y complicidad, espacio de encuentro con el yo interior ―que es el árbol―, es de una potencia indecible. En ese momento del metraje, la melancolía pausada del nudo narrativo se transforma al final en una imagen de promisión: el gran árbol del ser se sostiene en el aire, logra vivir en el aire. Vive de su interior, sobrevive de la luz íntima. En cierta manera ―ya que el árbol que retrata Roya pertenece a la familia de los ficus― podría pensarse en el árbol bodhi, el ficus religiosa bajo el que Siddhartha Gautama alcanzó la iluminación.
Tal vez Roya alcanzara ante su árbol una parte de esa iluminación.
Francisco León
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