AMAR Y EDUCAR EN YEMEN

AMAR Y EDUCAR EN YEMEN

Tommaso Cotronei / 76´/ 2017 / Italia y Yemen

 

La mujer en Yemen es una forma fantasmagórica embozada en negro en la que se puede distinguir una ligera apertura para los ojos. Blood and the Moon, el documental dirigido por el italiano Tommaso Cotronei, expone, mediante una técnica narrativa en la que el minucioso retrato coral envuelve a los personajes cardinales, la situación de esta sociedad profundamente islámica en la que comienzan a darse movimientos disonantes.

Para la mente occidental que, hace muchos años, perdió la costumbre de vivir bajo el yugo religioso, contemplar este mundo precario y machista que se articula a través de los cantos del almuecín, supone un choque cuya fuerza proviene desde esta filmación de ochenta y dos minutos y se adentra en el espíritu ilustrado que, desde la Revolución Francesa, ha permanecido como faro de las sociedades aparentemente desarrolladas. Por esta razón es conveniente adentrarse en Blood and the Moon después de considerar que, quizás, la Historia y la actualidad en la que ésta se cultiva no poseen un tiempo global y único y, por encima de la historicidad granítica y los libros que fijan cronológicamente los acontecimientos, hay una realidad en la que parecen convivir distintos tiempos históricos que, a veces, al encontrarse, friccionan hasta entrar en conflicto. De este modo se podrá entender que la fuerza del progreso reside en cada persona y que, dependiendo de la base educativa, cada cual podrá cambiar su mundo, lo que invalida el ánimo de cruzada que caracteriza a los imperios modernos cuando, entre ellos, legitiman intervenciones invasivas en nombre de la paz.

Esta pieza de Cotronei, un profesional cuya visión del entorno se encuentra íntimamente ligada a su origen humilde en Calabria, donde fue jornalero hasta que en el año noventa y tres trabajó como asistente de director para Vittorio de Seta, demuestra, precisamente, que existe algo con un potencial más curativo y unificador que las invasiones para extender la paz y que la fe en lo sagrado: la educación.

En torno al minuto veinte del largometraje aparece una de esas fantasmagóricas figuras femeninas atravesando una calle de la ciudad colapsada por el tráfico. Es Soraya. Viene de una manifestación organizada para reivindicar un reparto justo de las materias primas en Yemen y se dirige a su hogar, donde le espera un hombre sentado en un sillón; el esposo, quien, con un sable tradicional en la cintura, se queja de la escasa presencia de su mujer en casa. Ella, desde la jaula del niqab, replica, se posiciona y argumenta hasta que la mirada occidental se remueve porque la que habla desde el interior de esa vestimenta es muy joven y el argumento que esgrime es un desafío, un ataque frontal a siglos de menosprecio.

Antes de esta ruptura sin efectismos ni líneas dramáticas que acentúen el evento de inflexión, hemos asistido a la historia de un joven maestro rural que se esfuerza porque los alumnos combinen enseñanzas islámicas y humanistas. Vive en un pueblo en el que las ruinas se han convertido en hogares, los recursos básicos como el agua son de difícil acceso y la sombra de Al Qaeda planea en forma de grafitis llamando a la Guerra Santa. Su viaje a la ciudad, en medio de un clima convulso en el que es posible intuir cómo se está abriendo paso en la sociedad yemení una nueva conciencia que corresponde con los idearios de la ensombrecida primavera árabe, coincide con la fuga de Soraya, quien se niega a seguir los ritos tradicionales. Aquí comienza una relación de conocimiento y protección mutuos que, una vez en el pueblo del profesor, con Soraya como ejemplo de ruptura con la tradición de las esposas niñas, alcanzará al alumnado, demostrando que al margen de la escasez de recursos y de las ideologías imperantes, aunque no existan pupitres ni pizarras y el aula sea un muro en mitad de un camino de cabreros, la voluntad de estas dos personas posee el poder del cambio porque han descubierto, sin que nadie las adoctrine, que la creación de un sistema educativo es la verdadera revolución, la única que podrá luchar contra el fundamentalismo, la misoginia y la pobreza.

 

Sergio Barreto

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