CABALLO SUSURRA A LOBO

CABALLO SUSURRA A LOBO

Among wolves / Shawn Convey (91’)

 

En todas las ediciones de MiradasDoc, entreveradas con la cincuentena de excelentes piezas cinematográficas que pasan a formar parte de la selección oficial, destacan enseguida cuatro o cinco largos que, vistos en pantalla grande con las condiciones precisas de proyección, se vuelven hipnóticas. Esos documentales ―al menos en mi caso― pasan a formar parte de la mitología de MiradasDoc. Entre la reflexiva y casi perfecta El mar nos mira de lejos, o la fantasmal City of de Sun, o la intimista (rodada desde la perspectiva de un «niño») Últimos días en Shibati, o la dulce y desgarradora Radio Kobani o la chocante pero también conmovedora (como casi todo lo que toca Grandini) El cirujano rebelde, sin ningún género de dudas, este año sobresale una cinta de la que aún no he oído hablar ni para bien ni para mal en los corrillos, me refiero a Among wolves.

Entre los lobos opta al premio de ópera prima internacional y, en efecto, no me sorprendería nada que se hiciera con este galardón. Técnica y narrativamente es perfecta, equilibrada y sanadora: no sobra ni un fotograma. Por muy sospechoso que nos parezca tras o durante el visionado de la película, esta historia de lobos bosnios reconvertidos en moteros constituye el primer trabajo de un vidente fotógrafo que se paseaba por Nueva York y Chicago hasta que un día, tal vez harto de alimentarse de falsos mitos vertidos por el Eje del Bien sobre la Guerra de Bosnia, decidió viajar a Bosnia y Herzegovina y hacer como Santo Tomás (que debería ser el santo patrón de los documentalistas): ver y tocar y comprobar por sí mismo hasta dónde llegaba la leyenda de una guerra que transformaba a los hombres en licántropos asesinos y despiadados. Con Among the wolves Shawn Convey, viene de ganar nada menos que el Chicago Award en el Festival Internacional de Cine de Chicago y el premio al mejor director en la Doc.La de Los Ángeles en el año 2016.

Lo que durante el arranque de la película amenaza con volverse una fábula ruidosa de moteros descerebrados, perfumada de testosterona, machismo y heavy metal, poco a poco, quiero decir, sabiamente, con un control total de las texturas y los tiempos narrativos, va girando hacia una reflexión cada vez más profunda y ―parece mentira entre ropa de cuero con tachuelas y cerveza apestosa― más lírica. El mando del protagonismo lo toma uno de los moteros, un cuarentón con cara de pocos amigos y pendiente con crucifico en un lóbulo que, de vez en cuando, y solo de vez en cuando, deja caer detrás de la cámara sus perlas recubiertas de tensión y temblor. La historia se cuenta a través de este ex-soldado bosnio.

Con su magia, Convey va sacando del pozo de la realidad que tiene lugar en los alrededores de Livno el magnífico destilado de este documental: la verdadera historia, la que subyace, la que vibra como un corazón enterrado antes de tiempo en unas tierras minadas de metralla y muertos. Tres hilos argumentales forman esta historia: el club de moteros Los lobos, la manada de caballos y la muerte de un compañero motorista. 1) Los licántropos asesinos se reúnen en torno a una fiesta alocada y en ella beben, fuman, oyen música hasta caer reventados. Convey descubre a los licántropos en plena acción, pero también los filma al día siguiente, mientras duermen como bebés la monumental borrachera echados sobre la hierba de Bosnia. 2) Un rebaño espectral de caballos que ha sobrevivido a la locura sanguinaria de la guerra y a las necesidades inmediatas de la posguerra se pasea ahora por unas laderas altas y gélidas. No hay árboles, ni vallados, ni granjas. Solo suaves laderas y caballos salvajes que no parecen ni caballos ni salvajes. 3) La muerte del compañero motorista es el punto climático de esta película, el punto en el que los tres hilos convergen y se anudan.

¿Qué hemos visto? El grupo de licántropos es, en realidad, una manada cuyas almas son apacibles caballos que tratan de sobrevivir al horror. Tal vez ni ellos los saben, pero los moteros visitan a los caballos no para cuidar de ellos, no para evitar que los campesinos les disparen o que ninguno se pierda o se rompa una pata. Estos licántropos no custodian a estos caballos. Son los caballos los que protegen a los licántropos. A decir verdad ―y es lo que Convey se limita a contarnos―, los caballos tan fantásticamente fotografiados por el director no son equinos, no son reales, o son más que reales. Los caballos son las almas de quienes fueron hombres antes de empuñar sus armas de repetición y matar o ser matados. Todos los días los lobos han de visitar a sus almas en las frescas y verdes laderas de los alrededores de Livno. Los caballos susurran a los lobos, les transmiten la perdida materia sagrada de sus espíritus, los dotan otra vez de alma y, cuando están preparados, si mueren en un accidente de moto, se transforman en caballos heridos, blancos, y desaparecen para siempre en las altas brumas de las montañas de Bonia.

 

Francisco León

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