HUIDA SIN LUGAR

HUIDA SIN LUGAR

Escape / Vinicius Sassine, Mariana Paschoal, Julien Mérienne y Maria Chatzi / 52´ / 2017 / España

 

Unas piernas sobresalen de un armario, como si alguien buscara dentro una pieza olvidada de su vida, un atisbo polvoriento de lo que pudo ser: posibilidades guardadas en cajas, inservibles en muy poco tiempo, de pronto irreconocibles o melancólicas, ropa de cama o toallas. Interiores: Dentro de un coche en el que suena un ritmo insistente, música house, dos mujeres hablan del frío y de las diferentes condiciones de trabajo que pueden medirse entre los países nórdicos o latinos. La Barcelona nocturna, prostitución que puede hacernos recordar algunas escenas de la extraordinaria Todo sobre mi madre (1999), de Pedro Almódovar; o la sueca Lilja 4 ever (2002). ¿Adónde se escapa, adónde huimos? Mujeres que mezclan su medicación con alcohol, homeless arrojadas al repentino placer ajeno.

Quizá sólo se huye hacia la intemperie, que es quedarse en el sitio, ensayar una espera infinita que se ahoga en lo sórdido: el diálogo circunstancial, la obscenidad convencedora. En la soledad del frío, el íntimo y el climático, el discurso urbano es duro, no tener techo, ser «chica de trasteros», con la vida hecha de paquetes que hay que arrastrar de un sitio para otro. Acompañamos a una mujer brasileña recién operada del pecho durante una noche de trabajo en los alrededores del Camp Nou, en el barrio de Les Corts. Como dice una de estas trabajadoras insomnes en un momento de la cinta, mientras habla de París: las travestis también sufrimos. Parece mentira, pero es la verdad. Sólo la caricia del frío de la madrugada es incondicional. Mujeres estigmatizadas antes de ser conocidas.

Quien conozca Barcelona y haya paseado por la noche en ella, le resultara familiar; aunque no lo sea la confesión de estas mujeres abusadas por los padres, expulsadas siendo aún niñas (siete años) a la calle, a cualquier calle para ganar la vida, sin una oportunidad, muchas veces sin ni siquiera una mirada nuestra, unos minutos de escucha, una paciencia sin compadecimientos o prejuicios preparados. Esto es lo que nos muestra sin remilgos ni escándalos demodé, impostados, Escape. Oímos ese contraste: el bonito portugués abrasilerado lleno de un discurso duro, de un relato que nos desarma y nos enjuicia, nos interroga para darle una vuelta o un retorcimiento a todas nuestras viejas moralidades, si es que las tenemos.

¿Qué son los cacareados salud pública, bien común, orden…? El debate sobre la legalización ante la contundencia de estas vidas desnudas, de pronto derramadas en toda su extensión ante la cámara. Parece obsceno o desinformado el debate: tradicionalmente, como en el caso de las drogas, quienes han discutido públicamente, en los medios, sobre este asunto buscando soluciones, no lo conoce, habla por hablar, amonesta o sermonea sin conciencia porque le falta la experiencia, el conocimiento directo de aquello que juzga enmendable o corregible. Ridículo. Mujeres, cuerpos cuyo confesor es una farola, que tienen como púlpito o altar la acera, y taconean durante horas en su proceso de transformación.

Pensamos en Pedro Lemebel y en sus relatos de la Santiago nocturna. Él si conocía la humanidad puesta a prueba, desalojada que se nos muestra en escape, calentada con alcohol en los labios helados de la oscuridad. Las noches de las grandes ciudades se parecen: comparten una doble fiebre contradictoria de distinto origen, la del cliente que pasa lentamente en su coche, observando, dudando, eligiendo o descartando; y el de las chicas enfermas que, pese a todo, resisten en su afán de supervivencia. El deseo se hincha con silicona o restos de piel, las apariencias y los estados de ánimo son más engañosos y aparienciales que nunca. Hay que entrar bien, meterse hasta el fondo de la noche de la que hablaba Céline para conocer algo de este mundo, este otro costado de la realidad que muchos se niegan a ver, a conocer o a aceptar, y que no desaparecerá apiñando una buena cantidad de buenos deseos y densas dosis de moralina.

Escape es una buena toma de conciencia, una anagnórisis, una caída en la cuenta. «¿Qué es la familia?» Pregunta una de las chicas con sincera ingenuidad. «Alguien que se preocupa por ti», le dicen. Después, el silencio. Como decía Óscar Wilde: «el único amor que es para siempre es el amor a uno mismo», y a veces tampoco dura.

 

Iván Cabrera Cartaya

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