30 Ene LA CONSTRUCCIÓN DE LA “VERDAD CANARIA”
«LAS ISLAS MÁS ALLÁ DEL OBJETIVO»
Los ocho documentales canarios seleccionados en la duodécima edición de MiradasDoc muestran el paisaje local despojado de la belleza impuesta por las postales y los anuncios que venden el Archipiélago como un paraíso del Atlántico. El retrato folclórico abonado durante el siglo xx resulta hoy caduco. La realidad que los cineastas intentan atrapar con su cámara parece acercarse a una verdad distinta de lo que se ha identificado como la “realidad canaria”.
Poca virginidad queda en unas islas que se hicieron llamar Afortunadas; en un archipiélago donde el turismo alteró nuestro paisaje y realidad. Canarias, como complejo turístico por excelencia de una Europa decadente y envejecida, ha visto su realidad reducida a un folclore pintoresco, plástico y de bazar chino. Las playas de arena blanca son, a menudo, falsedades impuestas por la demanda de una postal que se avergüenza del terciopelo negro que bañan algunas de nuestras costas. En ese espacio de maltrato, donde resulta más importante lo que se dice en los tabloides ingleses sobre las Islas que aquello que realmente determina nuestra realidad, el cine, más concretamente el documental, ha querido recuperar el azabache de nuestras playas, el acento de nuestra palabra.
El cine en Canarias es, desde hace más de un siglo, un sueño todavía por alcanzar. El deseo de abrir una industria audiovisual en las Islas se ha repetido incansablemente en el tiempo desde que José González Rivero y Romualdo García de Paredes rodaran, contra todo pronóstico, El ladrón de los guantes blancos (1926). La muerte de Rivero en 1933 significó un presagio del silencio que el franquismo traería al audiovisual canario hasta el boom del amateurismo algunas décadas más tarde. Sin embargo, el retrato folclórico de bondades turísticas no solo se vería alimentado por el cine realizado por la propia productora de José González Rivero (La Rivero Films) y otros realizadores isleños, sino por la canónica y extensa producción que el NO-DO realizó hasta 1981.
El 8mm desplegaría especialmente desde los años 60 una extensa producción local. La mirada del realizador canario intentaba, en algunos casos, recoger en el celuloide un retrato de su tiempo, de aquello que hoy visionamos como un tesoro que ha madurado bien con el paso de las décadas: el paisaje canario en la imagen del palmero Jorge Lozano Van de Walle, la inmortalización del “Rally en Canarias” en las casi veinte películas que rodó Eduardo Hermoso, o las películas de Enrique de Armas, en las que más de quince cortos documentales representaban escenas de la vida insular, de actividades religiosas y eventos y festividades como la Semana Santa y el Corpus de La Laguna. El documental canario se limitaba entonces a recoger aquello que tenía enfrente, sin dialogar y cuestionar su verdad.
La excepción, entonces, se encontraba en la mirada del artista polifacético Roberto Rodríguez, que protagoniza, en los últimos suspiros de su vida, uno de los documentales participantes en la Sección Canaria de la presente edición de MiradasDoc: Las postales de Roberto, dirigida por Dailo Barco. Rodríguez estaba interesado en capturar aquellas particularidades del paisaje y la sociedad canaria que más llamaban su atención, ya fuera por el valor de lo que él consideraba singular, como por la necesidad de registrar aquello que no perduraría siempre. Fue el caso, por ejemplo, del cortometraje Los calabaceros (1979), documental etnográfico en que Rodríguez registra el ya extinto sistema de regadío manual de la isla de La Palma.
Consciente de que el boom turístico significaba una transformación del paisaje y de la vida isleña, su propósito documental estaba ligado a la idea nostálgica de la permanencia y del respeto del patrimonio natural e histórico. Su obra también traería a las Islas escenas rodadas en otros países y continentes, mostrando su personal visión de la belleza de algunos rincones del mundo, como el Machu Picchu en Sol Inca (1977). Podrían citarse varios de sus trabajos: el experimento cinematográfico Anatomía pétrea (1975), el retrato nostálgico del drama de la emigración canaria en La última folía (1976) o la historia de su pueblo natal, Puntagorda, en Pueblo en flor. Puntagorda (1977).
El cine de lo real mantendría en las Islas un estilo y formas comunes a la tradición del documental expositivo. Sin embargo, con el último latigazo del franquismo y la transición política en marcha, el documental canario comenzó a preocuparse por cuestiones de índole social. La mirada, entonces, se desvió de la estética folclórica para acercarse a la imagen incómoda de una Canarias real. Francisco Javier Gómez reflexionaba sobre el chabolismo y la marginalidad en Canarias en ¿Quién es Victoria? (1974) Con Silencio (1975), Luciano de Armas protestó contra la censura que habían sufrido sus películas Punto Cero (1974) y Parto sin dolor (1974). Además, cabría destacar aquí también el cine antropológico de Francisco Manga, con obras como Informe: la economía canaria, o el cine desarrollado por el Equipo 1.001, de corte social y político muy ligado al Partido Comunista como por ejemplo Salvar Canarias (1977), Tres Palmas: un esfuerzo común (1976), entre otras.
Ese aperturismo hacia la realidad insular también se vería reflejado en la ficción. Guarapo (1988), de Santiago y Teodoro Ríos, se desarrollaba en torno al fenómeno migratorio ocurrido durante el siglo veinte en las Islas. Los movimientos migratorios serían, desde entonces, motivo pertinente para el cine de no ficción. El trauma del traslado también se encontraba en El largo viaje de Rústico (1993), película con la que Rolando Díaz traería desde Cuba una mirada moderna sobre el documental. Más tarde, cuando el digital comenzó a fagocitar al celuloide y las costas aterciopeladas de azabache recibían cayucos supervivientes de la pobreza, directores como Víctor Moreno, David Baute o Beatriz Rodríguez registrarían en Felices Fiestas (2008), Canarias, crónica de urgencia (2007) y Sueños de Papel (2007), respectivamente, una realidad trágica que se repite hoy en otras fronteras olvidadas.
Desde su primera edición, MiradasDoc ha concedido un espacio privilegiado al documental canario. Por una parte, en su labor de exhibición ha ofrecido a sus espectadores un contacto con las historias cercanas que han registrado nuestros cineastas. Por otra parte, este Festival ha servido como instrumento para incentivar y consolidar la construcción de un cine de no ficción en las Islas. En esta duodécima edición, ocho han sido las películas canarias seleccionadas entre los 31 trabajos presentados. En total, a lo largo de estas doce ediciones, 71 producciones han participado en la Sección Canaria, cuatro en la Sección Nacional, diez como proyecciones especiales (apertura, clausura u otras), 74 películas han estado presentes en el Mercado y un total de 24 proyectos han participado en los Pitching de las distintas ediciones. No cabe duda de que MiradasDoc se ha convertido en estos años en la principal ventana de la no ficción local.
Las películas que conforman el apartado canario de esta edición son representantes de nuevas miradas hacia la realidad más próxima. Desechado el folclorismo y el panfleto turístico, el documental canario de hoy redirige su atención hacia el paisaje insular, sus gentes, sus tradiciones y las realidades incómodas mediante un lenguaje renovado y contemporáneo. Las arrugas son protagonistas cotidianas en piezas que dialogan con los resquicios de un tiempo que se extingue. Lo vemos en el retrato familiar espontáneo que Domingo J. González realiza en 28 de agosto, también en la comedia que protagonizan los padres de Zac73dragon (José Víctor Fuentes) en Desayuno con pastillas y de igual modo en Pozo negro, en la que Miguel G. Morales se acerca a la vida rural destecnologizada en que pervive un longevo trabajador de pozos negros.
Dialogando con lo tradicional, aunque también poniéndolo en duda, David Pantaleón dirige uno de sus trabajos más alabados dentro del circuito internacional de festivales. En sus 10 minutos de duración, El becerro pintado aúna los elementos más representativos del cine de Pantaleón: la representación teatral, la crítica social/cultural, y el retrato de la tradición. Los “ranchos de ánimas” se convierten en el motor que instrumenta, en esta ocasión, un texto sobre la “no verdad” que se oculta bajo ciertos fenómenos religiosos.
Por su parte, Dailo Barco se acerca a nuestra historia tanto en ese diálogo que coprotagoniza junto a Roberto Rodríguez en Las postales de Roberto como en Archipiélago fantasma en la que se apropia de las imágenes de El ladrón de los guantes blancos (1926) para reflexionar sobre la represión franquista, la misma que acabó prematuramente con José González Rivero. Dailo pertenece a una nueva cantera de cineastas que están construyendo, poco a poco, los cimientos de una cultura audiovisual más propia.
Finalmente, el paisaje protagoniza las piezas de Macu Machín y Nayra Sanz. El mar inmóvil, pieza realizada para la novena bienal de Lanzarote basada en Lancelot, 28º-7º del vanguardista Agustín Espinosa, muestra las Salinas de Janubio, un espacio semiabandonado donde el pasado anda descalzo. Con su fotografía siempre delicada y poética, Machín consigue invocar sobre la imagen del presente los restos fantasmagóricos de una realidad pasada. Nayra Sanz, en cambio, se acerca a una realidad alejada de nuestros mares de lava. Un plano secuencia descubre al espectador una realidad oculta tras la muerte. La podredumbre que pervive en el interior de unas tumbas protegidas por zopilotes negros constituye la antesala de un infierno terrenal. En ambas películas, los elementos del paisaje son objetos que perturban al espectador, que lo obligan a reflexionar acerca de una realidad que se encuentra más allá de lo que es capaz de capturar la cámara.
El documental canario de hoy desafía con éxito los límites de lo que se nos es dado como signos de la apariencia. La era de lo digital ha hecho más fácil y accesible la labor del cineasta; sin embargo, no debemos olvidar que la falta de subvenciones y ayudas económicas destinadas al ejercicio de la creación cinematográfica ha complicado la construcción de historias que precisan de grandes presupuestos. El regreso de estos apoyos económicos en los presupuestos autonómicos de 2017 ha supuesto, quizás, un nuevo impulso para seguir observando la realidad a través del objetivo. Más que nunca en estos tiempos en que los nacionalismos se malinterpretan a sí mismos, resulta necesario que el documental canario mantenga la labor de reflexión y reconstrucción de una verdad que, precisamente, atañe a nuestro entorno social y territorial.
Attua Alegre
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