El volumen compilatorio Más es más: sociedad y cultura en la España democrática (1986-2008) editado por Jordi Gracia y Domingo Ródenas de Moya en 2009 trató de esbozar, en el año en el que comenzaba la crisis —pero en el que aún quedaban lejos las restricciones y sus efectos— un panorama ajustado y poco autocomplaciente sobre los méritos y los deméritos de la España de la posmodernidad. En uno de los artículos recopilados en ese volumen podía leerse:
«La bicoca del turismo la podemos contrastar imaginando la ciudad ideal para el turismo. La ciudad de turistas no necesita escuelas, tampoco hospitales ni guarderías, ni centros cívicos. La ciudad del turismo necesita sólo algunos servicios de pago y no tiene industria (si convenimos en que llamar industria hotelera a los hoteles es una tontería). La ciudad del turismo no necesita apenas servicios públicos, todo es de pago. La ciudad del turismo no tiene residentes fijos, ni siquiera los camareros. El turista es el ciudadano ideal porque no vota, no ejerce aquí su derecho democrático, solo viene a consumir su tiempo libre. La ciudad del turismo no necesita alcaldes ni concejales, le basta con que la máxima autoridad sea el capitán del yate que los ha traído.» («Transformación urbana y espacio público. De la A a la Z», Xavier Monteys y María Rubert)
¿Cabría preguntarse acaso por la pertinencia de sustituir en este párrafo la palabra ciudad por la palabra isla? ¿Qué pasaría entonces si se aplicara ese párrafo a Canarias, islas de turismo, archipiélago del turismo por excelencia? Por supuesto, tal ejercicio no convertiría el párrafo en un diagnóstico —para empezar porque el arco de reflexión no incluye ahí parámetros necesarios para un estudio complejo (historia, medioambiente, sociología)— pero quizá sí que podría ser muy útil para abrir un debate en términos distintos a los habituales. En Canarias se discute, se ha discutido mucho, cuando de turismo se trata, en términos cuantitativos: interesan las cifras, los datos totales, las comparativas. Nos reconforta saber, según parece, que batimos marcas año tras año en el número de visitantes, en el gasto, en la ocupación. Según se nos dice constantemente, todo parece indicar que la industria turística en Canarias vive uno de sus momentos de mayor esplendor. Indudablemente el sector ha sabido construir una marca e instalarla con éxito en el panorama mundial de la oferta de ocio. La calidad de la planta hotelera, la hermosura del paisaje, las bondades del clima y el carácter insular son sólo alguna de las fortalezas exhibidas por las Islas en el panorama internacional y han contribuido decisivamente en los cuantiosos ingresos anuales del sector.
Sin embargo, hay cuestiones —casi todas las que no son datos— que difícilmente se convierten en saberes y de las que se habla mucho menos: reparto de la riqueza generada, gestión de los recursos necesarios para el desarrollo turístico, presión demográfica, gentrificación… Es curioso que, fuera de los ámbitos relacionados con la investigación y la cultura, estas cuestiones no aparezcan casi nunca en medios de comunicación o en el debate político. MiradasDoc propone, con la muestra «Mirar hacia el turismo: avances y contradicciones en el centro del mundo» un recorrido documental por algunos de los grandes temas (y las grandes contradicciones) del turismo actual.
Quizá el mérito mayor de una película como Holidays, de Víctor Moreno, no sea tanto el haber hallado un modo orgánicamente cinematográfico —es decir, desde una perspectiva exclusivamente lingüística— de reflexionar sobre el turismo en Canarias, como el haber señalado de modo inequívoco la imposibilidad de un diálogo cabal entre el turismo como cultura y el turismo como economía. Este juego de solipsismos entre la idea y el producto que estructura el documental, no marca, por lo tanto, un territorio de incomprensiones, sino de incapacidad de comunicación: se trata de dos mundos condenados a la indiferencia que convergen en la superficie mínima de una isla. Ni idea ni producto resultan desligitimados, pero componen enunciados abstrusos, intraducibles a los códigos que desde cada lado del territorio se manejan. Por eso podría decirse que tanto en lo material (el lenguaje, la expresión, la imagen, el gesto) como en lo conceptual (el argumento, la expresión simbólica, la vulgaridad, la depredación) Holidays compone un relato esquizofrénico, territorio cortado abruptamente por un brazo de mar muy profundo. De un lado y de otro del mismo fenómeno turístico no hay crítica, pero tampoco reconocimiento alguno. Los pensamientos groseros difícilmente se compadecen de la fina inteligencia, de la confianza en el espectador y la exigencia formal de un creador verdadero.
La muestra se completa con Viaje a Occidente de Jill Coulon —que posee el mérito de ir transformando, poco a poco, a los turistas de nuevo en ciudadanos a lo largo de un viaje «por Europa» en apenas unos días— y En busca de un lugar de Felippe Schultz Mussel —que realiza, quizá, el camino inverso: la transformación del ciudadano en turista a partir de las visitas guiadas a las favelas brasileñas tras el éxito de Ciudad de Dios.