Premio Mirada Personal 2009

JOAQUÍN JORDÁ

LA MIRADA CIERTA
(Notas para celebrar a Joaquín Jordà)

Montxo Armendaritz

BIOGRAFÍA

 

Escasos son los personajes de nuestra cultura reciente cuya memoria se agrande a medida que crece su alejamiento. Joaquín Jordá es uno de ellos. Tal vez porque sentimos su ausencia como un testimonio inequívoco del peso de su presencia. Tal vez porque en su voz, en sus gestos, en su manera de caminar, en su mirada, sobre todo en su mirada, se ponía en juego un capital de experiencia único, irrepetible. Muy probablemente porque Joaquín protagonizó todas las hazañas que se le han atribuido y éstas, como sus ideas, –rotundas, exquisitas, originales aún dentro de la ortodoxia–, pertenecían casi invariablemente al orden de las certezas.

 

Una evocación sucinta nos lleva a pasar, dejando apenas constancia, sobre dos facetas de su poliédrica trayectoria: por una parte, una temprana militancia comunista, por otra, su exhaustivo vínculo con los libros –apoyando el nacimiento de editoriales imposibles como Praxis, dirigiendo colecciones de cine para la editorial Anagrama, traduciendo, con acreditado rigor, un elevado número de textos, desde el Marqués de Sade, Georges Bataille o cualquier otro “clásico”, a las derivas de los “nuevos” desordenes amorosos de Alain Finkielkraut. Durante mucho tiempo, nada tenía de extraño que los libros más interesantes, los que no se podía dejar de leer, contuvieran la huella de Joaquín Jordá.

 

Es de rememoración necesaria su intervención decisiva en un acontecimiento tan relevante de la historia del cine español como la fundación y vida de la llamada Escuela de Barcelona. A finales de la década de los sesenta un grupo de gentes se reunió para rodar cada uno de ellos un episodio de una película que debía resultar innovadora, rupturista, cargada de futuro. Allí estaban Pere Portabella, Jacinto Esteva, Gonzalo Suárez, Ricardo Bofill, Antonio de Senillosa y Joaquín Jordá. Del escepticismo se salvaron Joaquín y Jacinto Esteva, que articularon sus dos episodios en el largometraje, Dante no es únicamente severo (1967), literal punto de ignición de aquél epifenómeno.

 

En un breve intervalo –también el tiempo era diferente en aquella época-, tres, cuatro, cinco años, según quién lleve la cuenta, sus integrantes reconocibles y quienes se autoexcluyeron (Pere Portabella…) dispararon tanta munición contra sí mismos que hay historiadores que niegan la existencia misma de la Escuela. Sea como fuere es un lugar común o una hazaña atribuir la redacción de su manifiesto programático y, posteriormente, su dirección o su tutela ideológica a la astucia política y la inteligencia de Joaquín.

 

Inicial guionista cinematográfico desde los primeros sesenta hasta el fin de siglo (para Carlos Durán, Mario Camus, León Klimovsky, Germán Lorente o Vicente Aranda, con el que trabajó también para televisión…), se cuentan por más de cincuenta sus guiones escritos y no realizados o sus proyectos (también para video) fascinantes, caóticos y condenados al fondo anónimo de los cajones de su casa.

 

Su primer trabajo como cineasta, Día de los muertos (1960), es una mirada sarcástica sobre el 3 de Noviembre, Día de Difuntos, en la versión ritual madrileña, que se inscribía en las tripas del cortometraje “documental”, zona fílmica ésta que fue refinando con el tiempo.

 

Por razones explicables aunque prolijas, Joaquín anduvo por Europa durante algunos años y fue dejando rastros en forma de filmes “militantes”, Portogallo, paese tranquilo (1969), Il per ché del dissenso (1969), I tupamaros ciparlamo (1969), Lenin vivo (1970) o Spezziamo la catene (1971), ejemplos todos de un uso imaginativo de la escasez, de una pobreza de medios extrema y de su vinculación con la lucha política dentro del discurso comunista pero no de su ortodoxia.

 

De regreso a Barcelona, esperó casi diez años hasta articular Numax presenta… (1979), primero, y Veinte años no es nada (2004), después. En la primera, emerge el testigo militante, ahora sin partido, de la larga lucha de los trabajadores de la empresa Numax y de su experiencia autogestionaria; y, en la otra, vuelca su mirada sobre los mismos trabajadores erosionados por el tiempo, sobre los surcos abiertos en ese cuerpo obrero colectivo que no olvida pero que se ha fracturado en mil astillas. Ese áspero y notable díptico es, al cabo, la escritura fílmica de los avatares de una generación que tomó por eje y sujeto de la historia a la clase obrera.

Montxo ArmendaritzTambién El encargo del cazador (1990) era un asunto generacional cuyo pretexto se asimilaba a la memoria fílmica de un amigo, Jacinto Esteva, muerto en 1985. Invadida por una notable tensión melancólica, una cámara-ojo temblorosamente “neutral” encuadraba unos cuantos cadáveres presentes (de permiso, como diría V. I. Lenin) para subrayar el duelo por uno ausente. Gracias a TVE, la película durmió una década en el cuarto oscuro y no se distribuyó nunca en las salas de cine.

 

En la década de los noventa, Joaquín impartió numerosos seminarios y cursos sobre guión, escribió no pocas películas para otros cineastas y en 1995 ingresó como profesor en la Universitat Pompeu Fabra. Poco después, puso en pie un excelente thriller rural, Cuerpo en el bosque (1996), más exactamente rural y político, localizado en las vísceras de la Guardia Civil con un memorable humor próximo a lo sórdido.

 

Y, al poco, según contaba después, “de repente ví un golpe de luz, un rayo dentro de la cabeza”. Así resumía el episodio de 1997, un devastador infarto cerebral que atacó su capacidad para orientarse en el espacio y en el tiempo y para entender o descifrar lo escrito. Esa circunstancia desencuadró a quien había construido gran parte de su cosmovisión con los libros, la escritura y la mirada, porque todo ello se fracturó. Hizo entonces un gran trabajo, quizá el mejor de todos, recuperando el “buen encuadre”, la mirada cierta, como sujeto y como sujeto en el mundo.

 

Sus últimos años fueron muy fértiles, casi febriles… y de sus textos, guiones, clases o películas tan solo subrayaremos dos: las piezas finales, muy singularmente Monos como Becky (1999), y su implicación como profesor en el Master de Documental de Creación de la Pompeu Fabra. En 1990 comenzó a trabajar al “personaje” Egas Moniz, un neurólogo portugués y Premio Nobel que se atrevió a entrar en el cerebro humano con un bisturí. Nueve años más tarde, metabolizando su episodio cerebral y por iniciativa del Master y de Jordi Batlló pudo materializar la película.

 

Los reconocimientos en forma de premios sirvieron para abrochar su talento, que venía de muy lejos, con una mirada pública que se limitaba a certificar lo obvio: una trayectoria en el territorio cinematográfico lúcidamente escéptica con lo institucional. Sitges, la Crítica Catalana, el Sant Jordi, el Ciudad de Barcelona, Carballiño, el Premio Nacional de Cinematografía de la Generalitat o en Venecia con el pase fuera de concurso de Monos como Becky… se unieron muchas manos y muchos criterios alrededor de Joaquín Jordá y de una película que es de una calidez y una inteligencia “documental” inolvidables.

 

Comparar la doble operación “documental” entre los obreros de Numax y los excremenciales residuos de la “moderna” institución psiquiátrica habla, para quien quiera oírlo, de una ética fílmica que recorrió toda la obra de Joaquín Jordá. En un poema de W .H. Auden, un verso decía sentenciosamente: “sólo el tiempo conoce el precio que hemos de pagar”. Varios cineastas que se formaron o aprendieron trabajando en sus películas…Marc Recha, Isaki Lacuesta, Carla Subirana, Nuria Villazán…pagan gustosamente ese precio a quien, además de saber pudo enseñar parte de lo que sabía (también lo hacemos, sin duda, los firmantes de este artículo y el elenco de profesores a quienes Joaquín maravillaba con sus observaciones en las largas y gozosas sesiones de debate sobre “cómo enseñar lo que enseñamos” que celebramos en Valencia durante los primeros años de vida del Centro de Formación de Guionistas y de la Fundación para la Investigación del Audiovisual/UIMP).

 

Desde su fatal desaparición, la memoria de Joaquín Jordá sigue creciendo para quienes lo conocimos y lo quisimos. También para quien lo conoce de nuevo. La iniciativa de MiradasDoc debe ser, sin duda, un momento espléndido y generoso para profundizar en la celebración y la extensión de ese conocimiento que es un re-conocimiento.

 

Quizá lo escribió Roland Barthes o tal vez fuera Claude Levi-Strauss, igual nos da. Una tribu de localización ignota dejaba de usar para siempre una palabra, arrancada de su lengua común, cuando moría alguien fundamental para la colectividad. Quienes firmamos este texto también hemos escogido cuidadosamente la palabra que ya no usaremos más para celebrar la mirada libre de Joaquín Jordá.

Vicente Ponce
Crítico, historiador y profesor de cine

 

Joan Álvarez
Guionista, periodista y profesor de cine

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