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Un interior del cuerpo, a la intemperie. Un interior nutricio, cósmico, pretérito. La placenta tibia. Que expuesta a la luz del cinematógrafo, supera el plano y se prolonga más allá de él. A este encuentro carnal y originario, a su innegable misterio, nos asoma la directora japonesa Naomi Kawase, Premio Mirada Personal MiradasDoc 2023, en la imagen de apertura de su película Tarachime (Nacimiento y Maternidad, 2006), filmada en primera persona, al nacer su hijo Mitsuki. Una de sus múltiples piezas que, en clave autobiográfica, nos conduce por tejidos familiares que atesoran, desde su mirada y desde su propia víscera, los cuidados, el ciclo vida-muerte con su madre/tía-abuela adoptiva, el abandono, la maternidad o la despedida. Anotaciones domésticas que le permiten crear una vivencia en el espectador cercana, alusiva, al mismo tiempo que profunda y universal.
Y es que para Naomi, nuestra autora invitada, la mujer más joven en recibir el premio Caméra d’or en la Quinzaine des réalisateurs del prestigioso festival de Cannes con Moe no Suzaku (1997) -otra de las películas que proyectamos en esta edición-, el film diario, ese cine autorreferencial que exhibe el cotidiano para exorcizar las sombras de sus autores y ponerlas al servicio de quien las observa, ha sido el resorte narrativo del que más se ha servido desde el inicio de su carrera como cineasta. Con piezas tan íntimas como Ni tsutsumarete (1992), Katatsumori (1994) o Kya ka ra ba a (2001), grabadas en Super 8, y con una escritura que por momentos funciona a modo de haiku -cuya mayor declaración de intenciones la encontramos en su pieza Haiku (2009) de un minuto de duración-, la realizadora logró abrirse un hueco respetable dentro del universo del cine, tanto en su país nipón, como a nivel internacional, con una obra que transita hasta día de hoy, por territorios fecundos del cine del real, la ficción y la poesía, con una agilidad y una elocuencia que nos hacen soñar tanto y tan hondo, como la obra fotográfica de una coetánea suya, la aclamada Rinko Kawauchi. Dos voces desde diferentes disciplinas, entusiastas y comprometidas por la intimidad de los mundos sutiles, nacidas casi al unísono, desde diferentes soledades, que podríamos decir conforman, por su posicionamiento como autoras, un magma de resistencia creativa frente a otro tipo de visualidades de su tiempo y país.
“Sea el círculo pequeño, tan pequeño como una calabaza, un círculo bueno y justo al que aspirar, un círculo similar a la luna en su plenitud” canta un hombre en Somaudo monogatari (The Weald, 1997) – otra de las piezas visibles en el festival- durante diferentes momentos de la película. Un canto antiguo, heredado, portador de una danza denominada Yatchon, que a modo casi de mantra, es tomado por Kawase en préstamo para reescribir las imágenes filmadas de seis aldeanos y las montañas de Yoshino que les rodean. Un documental grabado de nuevo en super 8, que nos descubre esta vez a una cineasta que, poco a poco, sale de sí misma, como si hubiera cerrado ya algunos círculos y cuentas pendientes en sus obras previas -su madre adoptiva, el abandono de sus padres, su soledad-, para afrontar desde su cine del real otras realidades. Y aunque su voz, su risa, sus movimientos de cámara (y todo su ser al fin y al cabo), acompañan la musicalidad de la pieza, se intuye es sólo a modo de aplique, como un dispositivo al servicio del asombro, la admiración y la ingenuidad incluso, hacia unas personas hasta el momento desconocidas y ajenas a ella, cuya manera de estar en el mundo es remota y por tanto, fascinante, y cuya subsistencia marginal, cohabita en pulso con la naturaleza, la memoria y la tradición.
“Una regadera, un rastrillo abandonado en pleno campo, un perro tumbado al sol, un miserable cementerio, un lisiado, una pequeña granja, todo eso puede convertirse en el receptáculo de mi revelación”, nos confesó el escritor austriaco Hugo Von Hofmannsthal en su Carta a Lord Chandos (1902). Voz europea, la suya, que un siglo después, encontraría su resonancia en el cine, por ejemplo, de Kawase; un bosque, una tela de araña, unos pechos magullados, un desenfoque, una luz parpadeante. Porque aunque no podamos acceder nunca a la profundidad de una cultura extranjera, a su interior, como bien apuntaló el antropólogo y profesor francés Lévi- Strauss en su libro-ensayo Viaje a la otra cara de la Luna. Escritos sobre Japón, sin embargo, sí comprobamos que aquello que puede acercarse o dar a luz un poema, una imagen, un documental, no necesita necesariamente de una identidad; basta con permanecer atentos y atentas a las formas y a los seres que nos rodean, y dejarse asombrar por su misterio universal. Como en la premiada Moe no Suzaku (1997), una película en tránsito entre la ficción y el documental, con una Naomi Kawase ya musculada, consciente de que todos los silencios, todos los sustratos y todas las formas pueden confabular en dirección de sus deseos, su filosofía y su sensibilidad. Basta tomar un punto geográfico, un pueblo remoto en la prefectura de Nara, y sentarse a observar. La construcción de un tren, unas personas con rostros afines, una primera escritura de guión, y una mirada y experiencia muy ejercitadas. Dando lugar así a un film aparentemente austero, pero rico en emociones y belleza, donde podemos disfrutar además de una actriz debutante, Machiko Ono, descubierta por la propia Kawase en su juventud y a quien tendría como actriz de referencia en futuros proyectos, como en Mogari no mori (El bosque de luto, 2007). Actriz protagonista también recordemos, Machiko, de la maravillosa película Soshite chichi ni naru (De tal padre, tal hijo, 2013) del director japonés Hirokazu Koreeda. Otro de los autores de la que podríamos denominar como la “resistencia” contemporánea japonesa. La resistencia de lo íntimo, de los cuidados, de lo sutil.
Del relato en primera persona, a los entornos rurales, pasando por la correspondencia fílmica, el drama adolescente o el drama urbano, con títulos como Asa ga kuru (Madres verdaderas, 2020), An (Una pastelería en Tokio, 2015) o Futatsume no mado (Aguas tranquilas, 2014), Naomi ha conseguido consolidarse como una directora versátil y sólida, que se codea ya con lo mejor del elenco de actores nipones como Kirin Kiki, Masatosi Nagase o Arata Lura, pero también internacionales, como la veterana Juliete Binoche, sorprendiendo ahora además con un nuevo género, el deportivo, que la ha terminado de catapultar como directora reconocida, y que le lleva incluso a codearse en la historia del cine con la mismísima Leni Riefenstahl, directora como fue, de la espectacular Olympia (Berlín,1936), pero también con Milos Forman (Munich, 1972) e incluso con Carlos Saura (Barcelona, 1992). Su nuevo trabajo, dividido en dos cintas, la Official Film of the Olympic Games Tokyo 2020 Side A (2022) y la Official Film of the Olympic Games Tokyo 2020 Side B (2022), se desarrollan durante los Juegos Olímpicos de Tokio, que recordemos, tuvieron que posponerse por la crisis sanitaria de la Covid-19, y que derivó en la autora, en dos narrativas diferentes. Si la “Cara A”, cuyo estreno mundial tuvo lugar en el festival de Cannes, trata más sobre la fascinación por el movimiento y el cuerpo, la “Cara B”, se dona a los estragos y condicionamientos que la pandemia tuvo antes y durante los juegos. Una propuesta esta última, que se estrena ahora en el festival de Rotterdam (IFFR 2023) y que vamos a poder disfrutar en exclusiva, en nuestro festival.
María Abenia
Programadora en MiradasDoc
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