El público en miradas doc. Ser y tener

El público en miradas doc. Ser y tener

En la medida en que tantas veces es considerado como un mero agente de consumo, no nos gusta decir que MiradasDoc es un festival con público. Al menos no sin considerar antes ciertas condiciones que hacen, de quienes acuden a las salas de proyección para aceptar el reto de mirar hacia el mundo, verdaderos protagonistas de los procesos que permiten construir nuestro evento. El cine que MiradasDoc propone cada año no puede, en rigor, ser consumido: no busca entretener, no busca que el tiempo pase sin sentirlo, no busca el espectáculo y, sobre todo, no busca el placet facilón y benevolente que los públicos habituales extienden de manera gratuita a toda expresión que posea el nihil obstat de los mercados, las industrias culturales y los medios de comunicación. Muy al contrario, porque se trata de un lenguaje que se ha liberado a sí mismo para decir las cosas de manera diferente, el cine de realidad exige de su espectador un juicio crítico, una mirada abierta y la dificultad de una interpretación. MiradasDoc no ofrece una lectura de la realidad que camine en una sola dirección y por vías de gran capacidad, sino que extiende su territorio hacia lo inexplorado, a través de senderos en pendiente y casi siempre sin otra guía que la que proporciona el propio ser del que mira. MiradasDoc no tiene público: tiene, como decíamos hace poco, nombres. En cada una de las personas que participan del festival hay una forma de ser, una forma de sentir y una forma de pensar que admite ponerse a prueba, que admite tensar la cuerda y que carece del miedo a lo verdadero que tantas veces atenaza al ciudadano de nuestro mundo. No tenemos público, sino cofrades, no tenemos consumidores, sino ciudadanos, no hay hombres y mujeres anónimos, sino seres humanos con nombre y apellidos: los verdaderos protagonistas de esta historia que tiene ya diez años.

 

Hace ya tiempo que dijimos que MiradasDoc nos parecía la sala de estar del mundo, el lugar al que invitábamos a venir a ciudadanos de todas las culturas para que nos hicieran el relato de lo que vieron y de los que fueron capaces de ver. Cuando decíamos, entonces, que el objetivo de aquella invitación no era otro que el encuentro, a través de la ventana hacia la existencia que es la pantalla, entre ellos y nosotros, entre los ciudadanos de esa gran tribu única que es la humanidad, no ignorábamos la idea de que con ello eliminábamos la posibilidad de tener público, y de que comenzábamos a disfrutar, así, de un evento en el que todos somos protagonistas. MiradasDoc lo construyen tanto sus programadores como sus espectadores: todos a una, todos para todos. ¿Cuántas veces no hemos sorprendido, después de una sesión de cine verdadero, un corrillo de amigos que discuten en serio sobre la vida y sobre la muerte, sobre el mundo y sobre la nada, sobre la alegría y el ser, donde confundidos en la tribu del hombre se dan la mano las palabras del cineasta con las palabras del tendero, el profesor, el deportista o el cartero, puestas todas unas junto a otras gracias al fuego de la verdad humilde de un documental? Esa imagen, la del corrillo bajo el sol de la tarde de noviembre, la de seres humanos que intercambian su ser y su tener en la hoguera de las palabras y el presente, es la única imagen posible del público en MiradasDoc. Un lugar en el que incluso el creador es espectador de la mirada de los otros.

 

Las cosas no fueron fáciles, no al menos al comienzo. La propuesta, que no contaba con demasiados parangones en el país (apenas unos años antes habían comenzado Documenta de Madrid o Punto de Vista), era completamente extraña en el panorama de las Islas, por más que el Festival de Cine de Las Palmas hubiera logrado ya en 2006 consolidar una programación de gran interés en torno al cine de vanguardia. En Tenerife, el vacío que había dejado el Festival de Cine del Puerto de la Cruz no había sido ocupado por ningún evento similar, y aunque a mediados de la década del 2000 hubo intentos de arrancar proyectos serios, lo cierto es que sólo MiradasDoc logró con el tiempo consolidarse como una propuesta capaz de incorporarse al panorama nacional e internacional.

 

Pensamos nuestro proyecto, desde el inicio, como un espacio de reflexión al que habría que acercarse, al que habría que ir a buscar, concebido sin concesiones y dispuesto a crear y generar opinión. Necesitábamos ese camino de indagación, y un público para ese proyecto. Por eso en la primera edición tuvimos que tirar del encomio y el apoyo sin fisuras de todo el equipo de gobierno del ayuntamiento de Guía de Isora. Poco más de un millar de espectadores visitaron el festival, lo que en términos de esfuerzo, de trabajo y de inversión era ciertamente poco, sobre todo se si comparaba MiradasDoc con proyectos, tan en boga en ese momento, de música pop o latina. Aunque hicimos la reflexión y volvimos a repensarlo todo, no hubo desaliento: habíamos llegado a un público diferente, poco contentadizo, exigente, fuerte, y no sólo habíamos llegado hasta ahí: nuestros contenidos, así nos lo hicieron saber, los habían cautivado. Querían más, querían la promesa de una continuación.

 

Nos dimos cuenta de la calidad de aquel público, y de su carácter diferente y crítico, cuando abrimos el sobre que contenía el primer Premio del Público de nuestro festival. Los espectadores de MiradasDoc, a través de sus votos, habían decidido premiar una película tan compleja y hermosa como Agadez Nomade FM de Christian Lelong y Pierre Mortimore: el panorama completo, la sinfonía apacible y terrible a la vez, de una ciudad en el desierto, y en la que frente al silencio de las piedras y la arena, en el fragor caliente de las casas de adobe, flota la voz de la radio Nomade FM durante el ramadán. Un documental capaz de reunir en su seno el discurso poético y la denuncia se alzaba con el premio: nuestro público era mucho más que público. Y así continuó siendo, año tras año: Djarama, un documental de producción canaria, dirigido por Chus Barrera y Alicia Fernández fue el ganador en 2007, gracias a una mirada incómoda y muy profunda sobre las causas, las razones, los medios y los ensueños de la emigración. Aunque parezca que la sociedad insular a veces olvida, el público de MiradasDoc recuerda que hubo un tiempo en que eran los canarios quienes se lanzaban al océano en busca de una vida posible.

 

En 2008, ese público, que seguía creciendo y haciendo crecer al festival, premió una de las más memorables películas de cuantas han pasado por el festival: One Goal de Sergi Agusti. Los equipos de fútbol de mutilados de guerra de Sierra Leona y su vocación hacia el futuro y la superación, despertaron la admiración no sólo de los jóvenes que durante algunos días convivieron con Wizzy, el capitán de uno de esos equipos que acompañó las proyecciones de la película, sino también de un público que ovacionó aquella entereza y aquella lección permanente durante la gala de clausura del festival. Princesa de África, de Juan Laguna, fue un documental que enfrentaba al público occidental, de una manera directa aunque amable, con algunos de sus más acendrados tabús en relación con el amor: la historia de una bailarina española que se convierte en la tercera mujer de un músico senegalés y convive con ellas en el país africano conculcaba las formas y las maneras de concebir la vida en pareja en un país que sólo tres años antes había aprobado la Ley de matrimonio homosexual. El público de MiradasDoc en 2009 quiso premiar esa historia que obliga a pensar y a cuestionar lo ya sabido y a comprender aunque no compartir las diferencias. Al año siguiente MiradasDoc organizó una muestra, como siempre sin concesiones, sobre el pueblo saharaui. Y El problema de Jordi Ferrer y Pablo Vidal es una de las pocas películas que han logrado, no sin peligros y sin represalias, rodarse en el interior de los territorios ocupados por Marruecos. Se trata de una película dura e incómoda de ver, con una carga importante de violencia y de dolor, y sin embargo, no hubo dudas en el público de MiradasDoc, que otorgó el premio con la mayor puntuación obtenida hasta la fecha por un documental.

 

El premio siguiente vendría a desmentir la idea de una deriva reivindicativa en el seno del público del festival. El año en que nos visitó Eduardo Galeano y José Luis Guerín, el año en que logramos superar por primera vez los 15.000 espectadores, el premio del público fue a parar a una grandísima película de cine pequeño: de cine de observación de lo verdadero, de foco puesto sobre la intimidad y la vida cotidiana, que como sabemos el cine documental es capaz de reivindicar y trascender como pocas herramientas humanas. Aquel año ganó el premio del público, para sorpresa incluso del jurado Retrato de familia en blanco y negro de Julia Ivanova (Canadá-Ucrania) la historia de la vida de la familia que forman los 16 niños (blancos y negros) acogidos por una madre “postiza” con una peculiar y limitada visión de las cosas. Nuevamente una película agridulce, como lo es casi siempre la propia vida, llena de cariño y temores, de crueldades y abrazos, lograba atrapar el corazón y el pensamiento de nuestros espectadores. ¿Y en 2012? La sorpresa fue mayúscula entre el equipo de trabajo del festival: en una nueva lección de sorprendente integridad Los ojos de la guerra, una película en la que Roberto Lozano Bruna desmitifica y destruye la imagen de los sistemas por los que se rige la información en los conflictos armados (al tiempo que ennoblece el trabajo de los reporteros de guerra), ganaba el premio otorgado por un público cada vez más maduro y coherente.

 

2013 merece punto y aparte: por primera vez, a juicio de casi todo el mundillo del festival, los premios del público y los del jurado parecían confundirse. Mientras el jurado del festival premiaba un grandísimo y amable documental de Lieven Corthouts rodado en Etiopía, Little Heaven, sobre la vida de los niños y niñas de un orfanato, el público premiaba una gran obra maestra del cine documental: Tzvetanka, de Youlian Tabakov (Bulgaria), una obra de arte y una de las películas de lenguaje audiovisual más complejo y experimental de cuantas han participado en MiradasDoc. Tzvetanka, la historia de una mujer que se convierte en la historia de Bulgaria y en la historia de Europa durante el siglo XX ha quedado en la retina de nuestros espectadores como uno de los grandes momentos que ha ofrecido nunca el festival.

 

Por último, el año pasado Joan Pahisa, el protagonista de Glance Up, la película de Enric Ribes y Oriol Martinez, hizo ganar con su presencia ejemplar a lo largo de todo el festival, el premio del público a una historia de superación y de ganas de vivir que no deja indiferente a nadie.

 

En este décimo aniversario hemos pensado en una nueva fórmula para ofrecer al público de MiradasDoc el protagonismo que merece: hemos hablado con algunas de las personas que nos han acompañado a lo largo de estos años y les hemos pedido que señalen la película que para ellos representa mejor el espíritu de un festival como el de Guía de Isora. Las películas que forman parte de esta muestra, y que han sido presentadas por ellos, aspiran, así, a convertirse en parte sustancial de la forma de hacer y de pensar que ha sustentado, desde el inicio, un espacio de reflexión sobre la realidad como intenta ser éste.

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