La vida de los hombres puede, también, estar urdida por un destino. Hay otras opciones, por supuesto: sobre el peso de la existencia gravitan todo tipo de fuerzas que merman la capacidad de lo determinado para decidir. Sin embargo, ninguna de ellas es bastante como para negar al impulso primitivo del ser su parte de pan. Allí donde la intuición y el anhelo afirma lo vocacional no puede haber esfuerzo que lo suprima e imantaciones que atisben siquiera a negarlo. Junto a las aguas del mar, en la orilla cálida que convierte al océano en un padre jovial y a la arena en una materia materna, el niño destinado a la contemplación no podrá ver sino aquel amarillo solar y aquella transparencia del agua que le acercan, como manos en dádiva, una gramática del mundo: una necesidad del decir. El don de la enunciación. Es de suponer que así sucedió, rotundo e irrefrenable, en la infancia de Pepe Dámaso: el don del hacer le fue revelado. Para la pintura, sí. Pero también para las otras «gracias» del decir. Para la literatura. Para el cine.
Hacía tiempo que MiradasDoc debía a Dámaso algo parecido a un homenaje: un reconocimiento. En la raíz semántica de esa palabra está la idea de ‘volver a conocer’, es decir, de restaurar en la conciencia una significación que pudiera haber sido olvidada. Olvidada, claro está, de puro sabido. Ya sabemos, muchos lo recordarán, que Dámaso estuvo entre nosotros hace algunos años, en una hermosísima charla sobre César Manrique a cuya mesa también se sentaron Fernando Gómez Aguilera y Miguel G. Morales –cuya película Taro: el eco de Manrique fue en ese momento la razón del encuentro. Esa intervención fue la colaboración —llena, eso sí, de cariño y de consanguinidad— de un experto. Ahora los protagonistas son el propio Dámaso y lo que hemos denominado como sus «lenguajes de frontera».
En primer lugar, el cine. Cómo no hacerlo en un festival que tantas veces a rozado los límites en los que se trenzan, como hilos del mismo ovillo, la hebra de la realidad y la hebra de la ficción. En muchos sentidos podemos considerar a Dámaso como pionero o adelantado de una forma de hacer cine en la que beben actualmente directores que tenemos por contemporáneos y que son contemporáneos. Los ejemplos de La umbría, en la que versiona con libertad el poema dramático de Alonso Quesada, o Réquiem por un absurdo cuentan entre los largometrajes de referencia en el cine canario. El trabajo que Dámaso emprende con sus vecinos de Agaete para rodar, en el régimen expresivo del cinema verite, pero a la vez en el espacio fantasmagórico de una realidad abierta, el drama de la ausencia de luz —pues ése es quizá el tema central de la obra de Quesada, y no la tuberculosis- lo ubica en las cercanías de un tejido de signos que participa a conveniencia de la doble naturaleza en que realidad y ficción se vuelven conceptos solidarios. Y el documental La rama supo captar con la intuición fuerte de lo que no se puede aprender porque estaba ya en el ser, la variedad de matices y la riqueza de una fiesta popular revitalizada por el arte. MiradasDoc debía a Dámaso ese reconocimiento. Por eso no hemos querido esperar más y ofrecer su trabajo cinematográfico completo.
Además, hemos aprovechado esta oportunidad para presentar otro de sus lenguajes: su trabajo más desconocido, pero interesantísimo, como se verá, como escritor. No hay más que revisar su obra plástica, y por cierto también la cinematográfica como acabamos de ver, para encontrar una larga e iluminadora hilera de homenajes y diálogos con la literatura. Dámaso tuvo siempre una vocación por la lectura y ha construido alrededor de su obra una merecida reputación intelectual. Lo que se sabe menos es que, a lo largo de los años, nuestro pintor ha mantenido una continuada y rigurosa relación también con la palabra escrita. El volumen El vaho en el espejo, publicado ahora por el Ayuntamiento de Guía de Isora a través de su concejalía de cultura, recoge una buena parte de esa tarea de contigüidad con la pintura, de esa otra encarnación del don del hacer. Sus poemas, sus relatos y sus textos críticos para otros creadores poseen indudable interés literario. Se trata de un lenguaje fuerte, rotundo, muy profundo, repleto de texturas y colores que componen una suerte de espacio barroco repleto de resonancias. Estamos seguros de que se tratará, para el lector, de una agradabilísima sorpresa, porque no son estas las páginas de un aficionado, ni las del acierto puntual propiciado por la reflexión en otros ámbitos creativos: se trata, muy al contrario, del escenario de un lenguaje que le es propio. Es una alegría que El vaho en el espejo pueda presentarse al público en MiradasDoc, un festival que siempre ha querido pensarse en los límites y los diálogos que se encarnan en la diferencia y la concomitancia entre los géneros. Se trata, sin duda, de un territorio de privilegio para un libro (y un cine) como estos.