02 Feb ANBESSA
Anbessa / Mo Scarpelli (86’)
18:00 h. Sala 1
En Etiopía transcurre Anbessa, producción suiza dirigida y escrita por Mo Scarpelli. Su protagonista es Asalif Tewold, un niño de diez años que vive en un poblado chabolista junto a su madre. El poblado se encuentra en un solar al pie de una amalgama de construcciones de hormigón que en otro entorno sería un barrio de viviendas de protección oficial. Aquí esos barrios se denominan condominios porque están participados en propiedad por el gobierno y los ciudadanos. Asalif y su madre no disponen de suministro eléctrico y desde un primer momento se presentan como desplazados de las afueras de Addis Abeba debido a la construcción de otro condominio que no quiso integrarlos por ser demasiado pobres. Asalif recoge residuos, tiene como mascota una paloma atada a un cordel y desde que atardece, cada día, toma una linterna. Las hienas que se escuchan en medio de la noche, en las inmediaciones del poblado, le provocan pavor. No obstante, al margen de las dificultades interiorizadas como rutina, Asalif es ingenio puro, risas, curiosidad y, sobre todo, es Anbessa, que en amárico significa león. La filmación comienza con este niño de diez años probando una linterna. La enciende y la apaga y, con voz gutural, dice: Anbessa. El león de melena negra o león abisinio es endémico de Etiopía y su fama como depredador siembra el pánico y el respeto en la población. El inconsciente de Asalif alumbra este alter ego, este espíritu interior para cobrar seguridad en sí mismo y relacionarse así con el mundo que le rodea. Anbessa se manifiesta cada vez con más intensidad mientras la situación rutinaria que en otros seres humanos sería postapocalíptica obliga a Asalif a vagar por los descampados y entre las viviendas de hormigón durante horas, cosechando basura. Un instante tan duro como conmovedor sucede cuando él y su amigo se detienen frente a una fachada en la que hay antenas parabólicas y luces en las ventanas. Se trata de una fachada ruinosa que para los cánones urbanistas de otros territorios sería inhabitable. Fantasear con el confort y la buena vida en un piso con luz, agua y televisión enciende las miradas de los dos amigos. No obstante, Anbessa (representación de lo feraz) ya habita en el espíritu del niño. Lo ha poseído y quiere hacer su aparición. Al principio desde los sueños, donde la textura de la realidad cambia para reforzar las imágenes oníricas, algo amaneradas, que al suceder bajo el paraguas de un intenso y sobrio diseño sonoro nos envuelven con facilidad, situándonos en el mismo estado de revelación que Asalif cuando fantasea. Pronto tendrá que dejar de soñar que es un león y trasvasar ese orgullo y valentía atávicos a su persona, que pasa las horas en bares, investigando con temor leyendas sobre hienas o jugando con sus amigos, también desplazados, también pobres entre los pobres. El solar se encuentra en el territorio hacia el que se expande el condominio. Un día llegan unos hombres y le preguntan a la madre si la construcción tiene permiso. Evidentemente no. En ese instante, el ojo del que observa se convierte en testigo y el testigo que somos nosotros cuando vemos Anbessa tiene la obligación ética de sentir lástima y rabia.
SERGIO BARRETO