10 Feb DIOS NO ESTÁ
DIOS NO ESTÁ
Dios /Christopher Murray, Josefina Buschmann, Israel Pimentel (63′)
VERÓNICA FRANCO
La oscura y sucia ironía que destila el nombre de este documental chileno queda pegada al paladar una vez termina, y allí persiste por un tiempo prolongado. Dios. Qué suciedad y qué ridículo, qué barato y al mismo tiempo poderoso mecanismo queda asociado a su nombre una vez se ha recorrido el poco más de la hora que dura esta película.
Como retoño católico que fui, las estructuras del marketing de la fe han persistido de alguna manera en las capas subyacentes de mi consciencia. El mercadeo de sus iconos y el ambiente falso-festivo que necesariamente lo acompaña, me resultan conocidos. Pero otra cosa es ver toda la parafernalia recopilada en una hora, sin más narración visible que la cuidadosa elección de los momentos y los planos. Y las imágenes, sin duda, hablan demasiado alto.
La visita del Papa Francisco a Chile en 2018 llegó en un momento de profunda turbulencia en la Iglesia Católica de ese país. El Papa aún negaba con rotundidad los abusos cometidos por sacerdotes chilenos (aunque, sin embargo, un año más tarde llamaría a toda la cúpula a Roma y les pediría la renuncia, en uno de esos tantos actos contradictorios y desconcertantes que caracterizan la gestión de Bergoglio). Se sabe que el fin último de ese viaje buscaba un refuerzo de la fe en uno de los países más católicos de América Latina, pero lo que encontró fue algo más parecido a un carnaval de adhesiones y protestas casi a partes iguales.
La sensación inquietante de que estamos asistiendo a una farsa en toda su potencia asalta al espectador a poco de comenzar el documental. La pornografía de esas imágenes de cartón piedra, yeso, cerámica, plástico, trapo, etc., es apabullante. Los planos cortos, algunos circunscritos únicamente a los detalles, exacerba la sensación de absurdo. La falta de un marco de referencia más amplio no nos deja respirar y nos termina por zambullir de lleno en un berenjenal de irrealidad. La devoción de algunos se hace ridícula, o, en el mejor de los casos, ingenua, estúpida. El dolor y la búsqueda desesperada de otros, quedan sepultados en el mar de envoltorios de plástico de los souvenirs baratos. Un cristo de cerámica hecho a toda velocidad por unas manos torpes, descansa al lado de un Homer Simpson elaborado con igual descuido. Ambos esperan ser consumidos y desechados en igualdad de condiciones.
Toda la película se desgrana en el sinsentido de los enormes carteles de bienvenida, la iconografía estridente y las baratijas espantosas. No hay un ápice de espiritualidad en todo el metraje, no hay contemplación filosófica en la búsqueda. No hay ni un gramo de fe, ni un resquicio de algo solemne. Curioso también es entender que la rapidez del consumo y la subyacente superficialidad lo impregnan todo en este mundo que gira ciego al compás del capitalismo despiadado, ignorante de sí mismo. Porque en Dios también braman sus pueriles discursos los Evangelistas y los Testigos de Jehová. Y no se quedan atrás los vistosos Mapuches, ni las feministas en topless. Ni siquiera las muchedumbres que corren delante de los disuasorios camiones cisterna de los carabineros. Dos monjas miran con hastío al vacío durante un discurso en el que el Papa se lamenta por los casos de abusos cometidos por la Iglesia, mientras una de ellas se come un chupa-chups…
Y es que toda esa sobreexposición, todo ese barullo, todos esos bailes, canciones, ruegos, tertulias televisivas y merchandising grotesco, no hacen más que gritar al espectador que, precisamente Dios, ese al que todo el mundo se refiere una y otra vez, ese al que el Papa tan grave y pomposamente representa, no asoma su dignidad ni su divina presencia por ningún sitio. Y esa es la grandeza de esta película, porque en una cuidadísima selección de planos, encuadres, tiempos y situaciones, sin la intervención de ningún otro recurso adicional, desvela su verdad apabullante: Dios no está.
El último plano, tal vez el único intencionadamente bello, lo refrenda. Después de la exaltación y el griterío, una vez que el representante de Dios en el mundo se ha marchado de Chile, solo queda polvo, soledad y silencio.