05 Feb ZUMIRIKI
ZUMIRIKI
Zumiriki / Oskar Alegría (122´)
SERGIO BARRETO
Describir lo que sucede en Zumiriki es infértil. ¿Acaso no es insulso el rito cotidiano de un hombre que decide vivir una temporada en el bosque? Para quien busca el ritmo trepidante que reduce los focos de atención a un punto en la pantalla prediseñado como centro de la actividad fílmica, sí, pero esa mirada pierde el tiempo y, probablemente, será incapaz de entender lo que hay por encima, por debajo y a los lados del foco cinematográfico. Zumiriki no es un objeto de consumo, sino un instrumento filosófico como la poesía auténtica, la que no atiende a los niveles lógicos ni sentimentales y se abre desde lo oculto hacia la revelación. Nominada en el Festival de Venecia en la Sección Orizzonti a la mejor interpretación masculina y nominada a mejor documental en los Premios Feroz, Zumiriki nos conduce a la filosofía de Baruch Spinoza y a su noción de naturaleza demiúrgica, pero también a los límites entre persona y lugar, y a la metáfora de lo que es inundado por el paso del tiempo. El protagonista de Zumiriki, impelido por las experiencias vividas en una isla fluvial, hoy devorada por aguas pantanosas, en la que pasó los estíos de su infancia, decide habitar ese enclave de un modo semejante al de Henry D. Thoreau, que pasó dos años, dos meses y dos días junto al lago Walden, Massachusetts. Oskar Alegría, filmaker, inicia su ejercicio de meditación sin esperar nada concreto, sólo pretende observar el ulular de los arbustos, la ondulación del agua, el movimiento de la luz. Asumido un sistema anarcoprimitivista (incluso entierra sus objetos identificativos y personales en la tierra dentro de un bidón) la mente de Oskar Alegría no se conforma con estar ahí, en lo natural, dentro de una cabaña que es metáfora de memoria, sino que encara los límites: la textura de los bosques navarros y las riberas donde zumiriki significa isla en medio del río. Se busca a sí mismo con una solemnidad lo bastante profunda como para que quede descartado cualquier espejismo narcisista. Oskar Alegría es humano, demasiado humano, por lo que fuerza los contornos materiales del mundo que habita para hallar el vacío hecho de sapiencia que persiguen los maestros Zen. Quiere, por lo tanto, romper la realidad con su mente atestada de recuerdos, pero ahí está el bosque pirenaico como borde visible de la memoria olvidada. En el Sin Jin Mei, Poema de la Fe en el Espíritu, se lee: «Como un sueño, un espejismo, una flor de vacuidad, así es nuestra vida». La curiosidad por la exploración introspectiva en este autor es la nuestra, la de la humanidad, por eso su humilde proposición, el germen de su iniciativa, entronca con el mensaje necesario de recobrar los territorios y personajes míticos de la infancia, como el hombre que domesticó a un zorro, atravesaba el río en tirolina y vivió cuarenta años sin luz ni agua. La humanidad debe recordar los matices del pasado y no sólo las grandes fechas. Aunque borren sus huellas, aunque sumerjan sus templos y arrasen sus paisajes tiene la obligación de registrar, como la cámara de visión nocturna, la oscuridad, y descifrar lo que hay en la materia engullida por la negrura, en lo anterior, ya que sólo así comprenderá las coordenadas temporales de su ámbito. Esta toma de noción conlleva un impacto que puede ser revulsivo, pero la persona que se sienta a esperar su pasado obtiene, después de la conmoción de evocar lo que se creía en blanco, sabiduría. Cuando se entiende que lo ido perdura en nuestra memoria y que el lugar en el que nos encontramos forma parte de ella, aflora, inevitable, la simbolización emocional de los elementos del entorno. Oskar Alegría mira a ese abismo que es la noche del lugar donde fue feliz; noche doble: la de lo olvidado y la puramente física. Así siente la revelación de que aquello cuanto le rodea es él; al distinguir jabalíes, ojos brillantes entre los arbustos, gamos y zorros que corretean a su alrededor descubre, como Nietzsche cuando vio el abismo en los ojos del caballo de Turín, que esas criaturas son él. La vaca, propiedad del hombre que domesticó a un zorro, que escapó del camión que iba al matadero y se refugió en el bosque también es él. Quien se deja atrapar por los fastos del cine de Terrence Malick no encontrará aquí acomodo, pero quien haya disfrutado de la lectura de Li Po reconocerá la honestidad de quien ha elaborado con su vida un mensaje que debe transmitir. La cinta posee las irregularidades rítmicas propias de un proceso de construcción y rompe con cualquier estrategia guionizada, impregnándose de cine de realidad. Esto es de agradecer para las mentes que esperan visionar, más allá de la línea del compromiso presente y el activismo, horizontes estéticos como los explorados por el filósofo Martin Heidegger en Caminos de bosque, que en su bella y nutricia obra exploró, entre otros senderos, los «fundamentos metafísicos de las concepciones del mundo.» Zumiriki nos guía por una condición visual en la que lo alegórico abunda (la otra orilla, la modesta cabaña, la identidad enterrada, la presencia enigmática del agua, etc), pero con un despojamiento que se agradece y, además, sugiere e invita a los espectadores a retornar a sus propios rincones infantiles y a pensar en cómo se encontrarán bajo la dictadura del ahora. Al no forzar un ápice la maquinaria de las figuras estilística ni ser Oskar Alegría un hombre sentimental, los efectismos rimbombantes están desterrados y la sinceridad se adueña de la filmación. Así nace la poesía auténtica y en Zumiriki la hay gracias a ese testimonio sincero y a la naturaleza bosquífera. Inevitable susurrar los siguientes versos de Paul Valèry:
Después, muy lejos, en la sombra densa
de aquel íntimo bosque rumoroso,
morimos -¡solos!- sobre el césped blando.
Y arriba, en medio de la luz inmensa,
¡oh, amigo del silencio más hermoso,
nos encontramos otra vez, llorando!
Como los personajes frente al mar que pintó Caspar David Friedrich, Oskar Alegría desarrolla la espera, una espera que nada busca en los aconteceres, ya que se centra en rescatar vivencias desde los recuerdos y contemplar el presente sin ansiar ni anhelar su fugacidad. Zumiriki es una obra excelsa y rara y, por lo tanto, bella; un ejercicio de despojamiento y, a la vez, conexión primordial. La naturaleza es el templo en el que Oskar Alegría espera, meditabundo, sin otra ideología que la de sondear en su memoria y sobreponer los recuerdos al escenario silvestre en el que desarrolla su retiro acompañado de libros y enseres básicos. Cineasta y docente en el Máster de Guiones Audiovisuales de la Universidad de Navarra. Su primera obra, Emak Bakia baita, obtuvo diecisiete premios. Autor de un proyecto artístico fotográfico llamado Las ciudades visibles, junto al escritor Enrique Vila-Matas. En 2015 compiló y coordinó una colección de películas sobre la oscuridad llamada The Darkness Collection. Ha sido miembro del jurado en festivales como San Sebastián, Karlovy Vary, Cinéma du Réel, New Horizons, Dokufest, Visions du Réel. Actualmente es el Director Artístico del Festival Internacional de Cine Punto de Vista en Navarra.