02 Feb LA CIUDAD SIN POSTAL
Kopacabana / Marcos Bonisson, Khalil Charif (13’)
18:00 h. Sala 1
A estas alturas de nuestro siglo, ¿podemos considerarnos aún nativos de una ciudad? ¿De un barrio? ¿Conservan las modernas urbes algún rasgo distintivo que permita una singular filiación, una memoria propia? ¿No son todas las ciudades cada vez más una misma ciudad, una idéntica experiencia urbana? ¿Hasta dónde debemos escarbar para hallar la ciudad irrepetible, el barrio que nos convirtió en ciudadanos de aquí y de ningún otro lugar? Y si las ciudades han mutado en estereotipos urbanos, ¿qué se puede decir de sus imágenes, de sus signos? ¿Esas imágenes no se han convertido ya en un descomunal artefacto que suplanta y devora poco a poco a la ciudad real? ¿Qué ciudad llevamos en la cabeza? ¿La de asfalto y hormigón de ahí afuera, la virtual que se proyecta mercantilizada por las instituciones o la creada por la industria turística? Por último, ¿y nuestra resistencia a mirar? ¿Y nuestra creciente incapacidad para ver lo que no ha sido encapsulado de antemano para ser visto sin ser al mismo tiempo pensado? Nos alimentamos de un interminable flujo de miradas predigeridas cuyos juicios facturados adoptamos sin la menor oposición. Mirar para pensar se torna en un gesto subversivo cada día más exigente y solitario, si no alienante. En un contexto así pueden leerse las imágenes de Kopacabana, cortometraje-collage brasileño de Marcos Bonisson y Khalil Charif, acompañadas de la cadencia testaruda de la voz en off del poeta Fausto Fawcett y de la música de Arnaldo Brandão. Con resonancias del cine de Jem Cohen —el ritmo, las texturas, la música— comparte con el norteamericano el tono sombrío de la sinfonía urbana, en las antípodas del carácter de celebración de las películas fundadoras de este género durante el primer tercio del siglo pasado. Lejos de lo que el forastero podría tener en la cabeza, en Copacabana hay un barrio —una playa— sin postal. Hay un primer plano que se presenta a modo de prefacio y que podría anticipar la experiencia que nos propone la película: en medio de una profunda —y ralentizada— oscuridad apenas rota por los faros de un coche, adivinamos de pronto, entre las sombras granulosas, la presencia de un peatón que acaba arrollado por el vehículo. El plano es fugaz, de una visibilidad tan quebradiza que no podemos estar seguros de lo que hemos visto. Enseguida hay un corte a otro plano más luminoso, aunque igual de turbio. Arranca la música y entra la voz del poeta. La ciudad —o el barrio— se nos viene encima. La ciudad otra, la ciudad que ha estado siempre ahí, debajo de su representación, visible pero desdeñada. La que viene hacia nosotros, nos atropella, nos arroja al suelo, nos sepulta en la oscuridad. La ciudad ya no nos mira, la ciudad ya no nos piensa. La ciudad es ahí —en el tránsito fugaz e inaprensible de las imágenes, en la avenida incontenible de la palabra del poeta— y en ningún otro lugar. Es indudable que la película aspira a romper servidumbres formales y a entregarse —en palabras de Jonas Mekas— al riesgo de las pequeñas formas del cine, en este caso un collage a medio camino entre el poema visual y el ensayo, y en el que imágenes y texto se entretejen en la experiencia del espectador. Pero justamente ese cruce de discursos —que se prometía desde el arranque como productor de un sentido nuevo más allá del que ambos ofrecen por sí solos— se revela falaz muy pronto. En cuanto descubrimos que las primeras —las imágenes— no se constituyen sobre una mecánica propia, sobre un sistema de relaciones entre ellas —y entre ellas y la noción que las trae a la pantalla—, sino que se someten a la literalidad del texto. Esa rutinaria sincronía —vaga nostalgia del raccord del cine clásico— impide al espectador transitar por su cuenta por las imágenes, generar su propia experiencia a partir de las asociaciones que se establecen. Los planos pierden de golpe su capacidad para mostrar el mundo y se limitan a ilustrar los sustantivos del poema: una playa para el sustantivo playa; un maniquí para el sustantivo maniquí; un apartamento para el sustantivo apartamento.
ISMAEL GARCÍA