01 Feb NICU Y EL DIOS SUBTERRÁNEO
Bruce Lee and the Outlaw / Joost Vandebrug (82’)
19:00 h. Sala 2
La manera más sencilla de entrar en el laberinto subterráneo de Bruce Lee and the Outlaw, del director novel Joost Vandebrug (Holanda, 1982), podría ser la siguiente: Nicu es un niño de la calle, un huérfano que ha sido depositado por un Dios inmisericorde en el centro de Rumanía. Nicu se dispone a narrar su historia justo el día que alcanza la mayoría de edad. Pero relatar su historia significa remontar el río salvaje y caudaloso de su breve existencia. Nicu queda convertido automática y narrativamente en un Charlie Marlow y, como en la novela de la que éste es personaje, su historia solo puede ser comprendida si se cuenta también el relato de su mentor y verdugo, la historia cruel y visionaria de un Kurtz rumano, un niño sin padres que, ya adulto, se convierte en un semidiós recubierto por el halo metálico y deletéreo del Aurolac, al que los adeptos de su religión sin leyes llaman Bruce Lee. Como el Kurtz de El corazón de las tinieblas, también Bruce Lee ha construido en los límites de la civilización, en su caso el subsuelo de Bucarest, un paraíso en el que sus habitantes se debaten entre la supervivencia y la destrucción. El único santuario que los acoge sin hacerles preguntas también es el infierno que los esclaviza y destruye. Como Kurtz, el Bruce Lee del documental de Vandebrug entrega a todos una parte de la verdad, pero también una parte de locura. La verdad de Bruce Lee es, además, un espejismo despiadado. Incluso el propio Nicu cree estar viviendo durante muchos años una existencia humana junto a una especie de anacoreta místico que lo salvará de la aniquilación. Hasta aquí la comparación con la novela de Joseph Conrad. Sin duda la historia de Nicu y su Bruce Lee personal tiene que ver, simbólicamente, con la conocida obra literaria, pero lo cierto es que va mucho más allá. La historia de Nicu no puede quedar reducida a una ficción literaria, por mucho que la ficción y la literatura nos indiquen en este caso los escabrosos y espeluznantes desequilibrios en que se debate el alma humana. Sencillamente porque no es una ficción, sino un puñetazo de realidad, un huracán de imágenes perfectamente hiladas que (a no ser que uno sea un trozo de hielo) termina expulsándonos de la comodidad de nuestros cielos cotidianos. Lo curioso es que se trata del mismo baño de realidad que despierta a Nicu: solo cuando la existencia amoral en la comunidad de Bruce Lee lo conduce al borde del desastre, Nicu comprende que debe elegir entre su padre espiritual o la otra realidad. Sorprende que la primera obra larga de este fotógrafo holandés de treinta y siete años roce con tanto desparpajo y frescura la perfección fílmica. No lo digo yo, lo prueba el rosario de premios internacionales que la cinta ha cosechado. La fotografía y el montaje son tan sutiles y se entrecruzan con tanta maestría que uno se olvida desde el minuto uno que no está “existiendo” allí, en el mundo de Nicu, Bruce Lee y Raluca, sino visionando un documental cuyas imágenes hipnotizan y estremecen sin remedio. Seis años de rodaje sintetizados en poco más de 80 minutos revelan una capacidad extraordinaria no solo para mantener la cámara en el mismo tiro estilístico, sino para montar la película sin perderse un solo minuto en digresiones banales o caprichos experimentales.
FRANCISCO LEÓN